Era teólogo y tenía siete hijos.
Hablaba de religión pero no era cura.
Acostumbrados a escuchar en la tele a curas retrógrados (¿Urteaga se llamaba aquel que nos daba la paliza en los años del blanco y negro antes de irnos a dormir?), acostumbrados también a sufrir retiros y ejercicios espirituales en aquellos internados religiosos del franquismo, suponía todo un shock llegar a la universidad y encontrarte a Miret Magdalena escribiendo en la revista “Triunfo” sobre un dios tolerante según él y nada flamígero ni vengativo.
Miret Magdalena fue para muchos de nosotros la primera pre-certeza de que otro mundo era posible. Tras ser machacados por miedos irracionales durante la niñez y parte de la adolescencia, don Enrique supuso un verdadero oasis en medio de tanta sotana casposa y alcanforada.
En los primeros setenta Miret se acercaba al fenómeno religioso desde su especial manera de entender las cosas: nada que ver con lo que flotaba en el ambiente. Y lo explicaba sin tópicos, con un lenguaje alejadísimo del habitual y sin tentaciones proselitistas. En las antípodas de Wojtyla estaba. Y por supuesto, de Ratzinger.
Cuando desapareció Triunfo, sus opiniones pudimos continuar leyéndolas en El País. Sus artículos y sus libros -algunos de ellos os los enseño aquí- siempre aportaban algo interesante.
Empecé a leer a Enrique Miret Magdalena cuando él tenía la edad que ahora tengo yo. Casi cuarenta años más tarde se me va con noventa y cinco cumplidos sin que yo aún haya acabado de entender cómo un hombre tan lúcido podía creer en algo. ¿O no?
J.T.
2 comentarios:
Hombre y digno; ¿?
Le tenía mucho respeto. Y estima.
Algo, con él, se me ha ido. Para sempre. Me temo.
¿Conocemos quien le siga en sus quehaceres?
A mí me basta con que sepan algo de él aquellos jóvenes que en su momento no lo conocieron
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