domingo, 31 de octubre de 2010

Don Marcelino, el obrero de la Perkins


Supe por primera vez de “don” Marcelino Camacho, fallecido el pasado viernes a los 92 años, cuando yo era un estudiante y él estaba en la cárcel. Desde el primer momento me atrapó el personaje. Y a medida que, ya durante la transición, fui siguiéndolo y escuchándolo (muchas veces en persona, uno de los privilegios del oficio de periodista) me interesó más aún la persona.

Me parecía magistral la estructura de sus mítines, la sencillez y la claridad con que exponía sus ideas. Sus mensajes eran contundentes. Sólidos. Y su capacidad de liderar, indiscutible.

Y cuando acababa un acto parecía como si aparcara su carisma: se conducía como uno más, sin poses y sin estridencias porque entre los activos de su patrimonio estaban la humildad y la ausencia de ínfulas. Era así, un ciudadano normal. Tenía la edad de mi padre y en muchas cosas me lo recordaba.


Cuando él ya había cumplido ochenta años, hará ahora unos doce, me encontré un día con Marcelino y su mujer, mi paisana Josefina Samper, a la salida de Barajas solos y cargados con su equipaje. Era antes de que hubiera estación de metro allí y esperaban, en la parada de autobuses, el que transportaba desde el aeropuerto hasta Madrid a los pocos pasajeros que lo solían usar en lugar del taxi o el coche. Fue la última vez que lo vi y que lo pude saludar.

Cuando subimos al autobús, Marcelino y su mujer se sentaron justo detrás del chófer (apenas éramos media docena de pasajeros) y el otrora principal impulsor del sindicato Comisiones Obreras estuvo durante parte del trayecto hablándole al interesado conductor de los tiempos en que trabajaba en la Perkins.

Contaba, ya retirado, su vida de trabajador, no la de líder sindical ni la de luchador antifranquista. Y se movía en transporte público incluso cargado de maletas y con ochenta años cumplidos.

Ese era don Marcelino Camacho.

J.T.

sábado, 30 de octubre de 2010

Creemos, propongamos, planifiquemos, resistamos…

Tratados y tratados se han escrito sobre lo importante que es la actitud para flotar mejor o peor en la vida. Sin embargo buena parte de los mortales no espabilamos.

La vida está llena de putadas, es verdad. De escollos, de contratiempos y de hijos de puta. Pero lo mismo para ti que para quienes deciden abrirse paso a codazos o a besos.

Lo que está claro es que no se puede ir ni de víctima ni de depre. Si la actitud es creativa, optimista, confiada, y sobre todo curranta, muy mal se nos tiene que dar para que la cosa no salga p’alante.

Venimos de una cultura familiar y social instalada, al menos mentalmente, en la tentación de dejar hacer, de esperar, de exigir a papá Estado que haga por nosotros lo que resolveríamos mucho antes nosotros solos poniéndonos a la tarea: a cualquier tarea.

Nos hemos cocido a fuego lento desde la infancia escuchando lo recomendable que es aspirar a una “colocación”, a un empleo seguro… Dentro de la mayoría de nosotros hay un funcionario en potencia. Eso nos frena, nos lastra, nos castra…

Porque es verdad que el funcionario, el de la colocación, mira la vida de una manera relativamente relajada, al menos en lo que a la supervivencia se refiere, pero conozco más deprimidos y “perjudicados” mentales entre quienes tienen su empleo asegurado que entre quienes se buscan la vida a salto de mata. Ergo… la tranquilidad laboral y la manteca periódica asegurada no parece que sean la solución.

Creo que para cualquier cosa que queramos hacer en la vida de la que estemos realmente convencidos -incluido tocarse los güevos- basta con que situemos con claridad el objetivo y nos pongamos a ello. La actitud. Es fundamental crear. Lo que sea, pero crear, hacer, proponer, planificar. Y ser constante, resistir.

No digo yo que con esta peculiar receta que se me ha ocurrido hoy esbozar aquí esté garantizado ningún tipo de éxito. Pero seguro que por lo menos, mientras se intenta, se divierte uno.

J.T.

viernes, 29 de octubre de 2010

Novelistas y periodistas


Si el periodista se empeña en encontrar la frase redonda o el adjetivo exacto corre el peligro de no llegar al cierre de la edición.

Si el literato no tiene la paciencia que se requiere hasta encontrar el adjetivo apropiado, corre el peligro de descafeinar su creación.

En esta esquizofrenia permanente se mueve el escritor. Y el periodista.

Hay escritores que necesitan ser periodistas para ganarse con la gacetilla el pan que no consiguen con las liquidaciones de la editorial.

Hay periodistas que necesitan ser escritores porque su trabajo del día a día les parece trivial, frustrante, frívolo, intrascendente... y ellos aspiran a volcar en una historia potente todo el caudal de imaginación y sintaxis que creen llevar consigo.

El caso es que, por una u otra razón, el periodismo y la literatura suelen encontrarse inevitablemente emparentados. La historia de la literatura está llena de escritores que compaginaron el ejercicio del periodismo con sus primeros pinitos en el mundo de la literatura.

El novelista que no ha trabajado antes en un periódico, una radio o una tele lo tiene algo más difícil cuando ha de confraternizar con los medios por aquello de la promoción de su obra, a la que la editorial que le ha publicado su trabajo suele obligarlo.

El novelista que sabe de qué va esto lo tiene un poco más fácil. Claro que también el que ha sido cocinero antes que fraile se conoce todos los trucos del oficio y cuando los detecta debe elegir: o seguir el juego o encabronarse.

Porque en muchos casos, hay que reconocerlo, el mosqueo del entrevistado está más que justificado: o no se han leído la obra antes de entrevistarlo, o le obligan a hacer el pino en directo o lo que es peor aún, no saben ni quién es la persona a la que van a entrevistar porque no se han tomado la molestia ni de documentarse previamente.

Hay que reconocer que esto sucede no pocas veces, para vergüenza del oficio periodístico y oprobio del amor propio del escritor de turno.

Los novelistas que salen adelante son los que saben usar la muleta y se dejan el ego colgado de la percha en casa antes de salir. Conozco muchos escritores buenos que se atascaron cuando no aprendieron el arte de dar capotazos. Sólo los muy brillantes se pueden permitir el lujo de ser bordes y antipáticos.

Es verdad que cuando algo es bueno tarde o temprano se reconoce. Sí, es verdad, pero todos sabemos de muchos genios que murieron en la indigencia.

J.T.

jueves, 28 de octubre de 2010

Doña Calidad de la Información y su lucha por no desaparecer


Lejos de mí apuntarme al manido tópico de "cualquier tiempo pasado fue mejor". Ni lo creo ni lo reivindico. Pero si os parece, os propongo un ejercicio de comparación en el que repasemos cómo eran las cosas, por ejemplo, en la redacción del diario "Pueblo" cuando yo trabajaba allí hasta que Solana y Felipe lo cerraron por lo militar el 17 de mayo de 1984.

Un ejercicio de comparación entre cómo eran las cosas entonces y cómo son ahora en cualquier redacción de periódico de los que todavía sobreviven. Os cuento:

Cuando yo estaba en "Pueblo" se fumaba, se gritaba, entrabas en la redacción y todo eran ruidos de máquinas de escribir, salías a la calle a hacer reportajes, se maquetaban los textos, se cortaban teletipos, se bajaba con la página diseñada y con los textos a las linotipias para que compusieran la página antes de hacer las placas para la rotativa, se revelaban las fotos en blanco y negro, había correctores de estilo, taquígrafos que tomaban por teléfono las crónicas de los corresponsales y enviados especiales, se corregían las galeradas, te pagaban dietas, te dejaban viajar, te ibas de noche con una fuente policial, judicial o sanitaria de copas, los invitabas a tabaco rubio del bueno y si era necesario, redondeabas la jornada en una barra americana, hoy puticlubs...


Los redactores jefes te mandaban a la calle a buscarte la vida y había alguno incluso que te obligaba a no volver hasta traer una historia que contar... Y así, claro, raro era el día en que no acababa habiendo excelente materia prima para los titulares de primera.

¿Hace falta que os describa cómo es ahora una redacción de periódico? Por si alguno de lo que me leéis no lo sabéis, os lo cuento:

Ni gritos, ni humo, ni ruido de máquinas de escribir... un aburrimiento. La gente pone cara rara cuando le hablas de taquígrafos, linotipistas o de "cortar" teletipos... Y además nada de viajes, jornadas de trabajo con horarios kilométricos y "gratificaciones" (no me atrevo a decir sueldos) cada vez más menguantes.

Y quien más quien menos tentándose la ropa antes de pasarle al gerente un vale de taxi o un ticket de comida. No te digo ya cuando se trata de pasar la copa a la que hemos invitado a un confidente para que se anime a soltar la lengua...

Adiós fuentes, adiós relaciones públicas... adiós motivaciones en el trabajo. Hola ansiedad, hola incertidumbre, hola fumadero de desesperados a las puertas de la oficina. Porque cambiará el lugar donde se fuma, pero se continúa fumando igual o más.

Y doña calidad de la información, luchando por no desaparecer entre tanta nueva tecnología y tanta mariconada.

J.T.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Los peligros de meter un rótulo con urgencia


Captado en el informativo de las tres de la tarde de este miércoles.

Fueron los primeros en darlo. Dos minutos antes que José Ramón Pindado en CNN+, diez antes que Televisión Española (que ya vistió la noticia con imágenes de archivo del ex presidente argentino) y se anticiparon casi en un cuarto de hora a Antena 3, que contó la muerte de Kirchner al final de su informativo y sin imágenes.

Claro que con los nervios, al pobre colega de los rótulos del informativo de Cantero se le debió ir un poco la olla y metió a Kirchner en la historia de los Estados Unidos. ¡Ay, esas prisas!

J.T.

El carrito de la compra que regalaba El País



Los periódicos no lo quieren decir pero lo saben. Hace mucho tiempo que los números no crecen. No crece el número de ejemplares que se imprimen, no crecen los lectores, no crecen los ingresos, no crece la publicidad, no crece el interés de los jóvenes por la prensa en papel…

Y eso significa que disminuye alarmantemente la posibilidad de ganar dinero ergo… aumenta la posibilidad de que un buen número de periódicos desaparezca más pronto que tarde.

A qué es atribuible? A internet? A los videojuegos? A la tdt en teles de plasma? ¿o simple y llanamente a que estamos viviendo un final de ciclo? Porque al aumento del índice de lectura de libros no se le puede atribuir, ahora que nadie lee ya ni los prospectos de los medicamentos...

Ni siquiera el diario deportivo “Marca”, o la revista “Pronto”, que son las publicaciones periódicas que más ejemplares han vendido en la historia de nuestro país –manda narices- consiguen crecer ya tampoco. Definitivamente, la gente se está quitando de los periódicos y éstos, desesperados, se afanan en sacar promociones de baterías de cocina, de cuchillos, toallas o muñecas hinchables que ofrecen junto con un ejemplar de diarios que nadie tiene interés en llevarse del quiosco…

La gente se queda con la muñeca hinchable o con la toalla y sin que les tiemble el pulso, tiran el periódico a la papelera. El otro día vi a mi peluquero con El País en la mano: ¿quieres este periódico, Juan?, me preguntó. Ya lo he leído esta mañana temprano, le contesté. Y añadí: así me gusta, que te instruyas. No, no: me sacó rápido del error, es que estoy juntando los cupones para un carrito de la compra del corte inglés que regalan.

Dicen que los periódicos son insustituibles, que son referencia, que son poder. Bien, vale, pero poder y referencia en unas cifras que no varían desde hace decenios.

No hay gerente de prensa que no esté porfiando cada día por apretar un poquito más las tuercas en todos los escalones del sistema de producción: desde regatearle al que vende el papel hasta a las subcontratas, porque casi siempre son subcontratas, de quienes lo reparten una vez impreso.

Las plantillas adelgazan y las nuevas tecnologías enmascaran el resultado final. La prensa escrita, la prensa de papel de toda la vida, no consigue seducir lectores nuevos que le garanticen ser optimista con respecto a su futuro. Se ensayó el modelo de prensa gratuita y ahí andan, de recorte en recorte a ver si acaban saliendo los números. Y no lo dicen, pero no salen. Los números no salen.

Hablas con los quiosqueros -el mejor termómetro- y te lo dicen: "Aquí no se acerca un estudiante veinteañero a comprar un periódico ni por equivocación. Y cuando lo hacen se llevan el Marca o el AS, o lo ojean en el mismo quiosco y lo vuelven a dejar".

¿Negativo el panorama? Es el que es. Y los sesudos estudiosos dedicados a buscarle explicación a por qué pasan las cosas, en este terreno los veo tan perdidos como lo estoy yo. O más.

J.T.

martes, 26 de octubre de 2010

A favor de Pérez Reverte


Estoy que no doy crédito. Políticos respetados y respetables poniendo a parir al colega Pérez Reverte porque éste, en el entorno de una red social donde la norma es la espontaneidad, donde el desahogo es el denominador común y donde ni el más timorato se plantea cogérsela con papel de fumar, ha osado decir lo que piensa sobre un episodio cuya categoría a mi juicio no trasciende de la mera anécdota.

¿De verdad que un ministro llore o no cuando deja el cargo puede ser tan trascendental? ¿De verdad que a lo que piensa un ciudadano, sea escritor o guarda forestal sobre ese humano lloriqueo, hay que darle tanta importancia?

Repito: Estoy que no me lo puedo creer. Sobre todo porque mi llegada a twitter (me di de alta el pasado sábado por la noche) coincidió justamente con el comienzo de la polémica. Entre los primeros comentarios que leí este fin de semana, la mayoría estaban dedicados a poner a parir a Arturo. Lo llamaban literalmente hijo deputa, chulo, sobrao, hacían miles de chistes sobre él, así que me fui a su perfil para investigar qué puñeta estaba pasando.

Entonces supe que la cosa iba de mosqueo porque mi querido colega le había afeado a Moratinos llorar en el momento en que abandonaba su amada cartera de ministro de Asuntos Exteriores. O sea: Arturo en estado puro. El que conocemos todos. Hace treinta años que le oigo decir ese tipo de cosas y otras mucho más gordas. A él y a sus contertulios, entre los que me conté en otros tiempos.

Se las he oído y se las he visto escritas sin que nadie se rasgue nunca las vestiduras como ha sucedido esta vez. ¿A qué viene pues  esta campaña? Reseñas en la prensa, en los informativos de televisión, tertulias de radio y tele dedicadas al asunto... A mí, la verdad, toda esta unanimidad me parece sospechosa, traída por los pelos y poco pertinente, es decir, impertinente.

Como sé que a Arturo le va la marcha, seguramente todo este ruido se la bufará.

Pero ante un asunto así hay que tomar partido.

Así que me pongo clara y firmemente del lado de mi antiguo compañero de batallas y enfrente de quienes parecen estar siempre con la escopeta cargada a ver cuándo le dan. ¡Ay, la envidia! Esta vez han sacado los pies exageradamente del tiesto. Porque la cosa no es para montar la que han montado ni mucho menos. Se pongan como se pongan. A menos que haya algún tipo de gato encerrado.

J.T.

lunes, 25 de octubre de 2010

Corresponsalías: reporteros-bomberos


Una corresponsalía de provincias se parece bastante a un servicio de bomberos: cuando ocurre algo gordo tienes que salir corriendo. Estés donde estés y sea la hora que sea.

Bueno, hay un matiz: los bomberos están de guardia a la espera de una llamada para salir pitando, nunca mejor dicho. Los corresponsales siempre están haciendo algo durante el horario estándar (si no hay tema del día, será una pieza de serie be para desengrase o fin de semana, una cobertura light, una convocatoria de donde sacar brutos y totales para un tema de Madrid, una consultita –breve, que conste- en el feisbuq…)

Y cuando planeas quedar con alguien para comer, cuando te comprometes a asistir a una reunión de padres en el colegio de tus hijos o quedas con tus amigos para una partida de paddel a las nueve de la noche… entonces, un par de horas antes de todo eso… salta la liebre: cobertura en Punta Umbría, o inundaciones en Aguilar de la Frontera, o incendio en el polo químico de Huelva…

Las cosas nunca ocurren en horario laboral. Como mucho, pasan cuando te queda hora y media para marcharte a casa. Pero lo más normal es que ocurran fuera de horario. El polvorín de Benacazón estalló un día de fiesta a la hora de comer, los accidentes graves de tráfico suelen ser de madrugada, las detenciones de etarras o de alcaldes presuntamente corruptos se realizan también a horas intempestivas...

Por supuesto, no sólo en las corresponsalías ocurren las cosas a deshora. El edificio Windsor comenzó a arder una noche de fin de semana. La ventaja de Madrid es que tiene todo tipo de recursos técnicos y humanos para reaccionar frente a los medios con los que cuenta una corresponsalía

Pero como la materia prima de nuestro oficio es la incertidumbre, esto en una corresponsalía se vive –y se disfruta- mucho más. Y con más frecuencia. Por eso sufren tanto en este trabajo quienes se enfrentan a él con el mismo esquema mental que si fueran funcionarios.

La verdad es que está muy bien, para el que le gusta ser reportero en una corresponsalía, comenzar cada jornada laboral sin saber cómo vas a terminarla. Por eso decía antes: como los bomberos.

J.T.

domingo, 24 de octubre de 2010

"No creas a nadie. Te estarán mintiendo"

                       Julian Assange

Es la frase final de la entrevista a Julian Assange que este domingo publica el País. Se la dice a Joseba Elola, el compañero que lo ha entrevistado en secreto, porque este hombre ha osado mojarle la oreja a los poderes más intimidadores y, por supuesto, a todos los medios de comunicación.

Julian fundó hace menos de cuatro años Wikileaks, el sitio web especializado en publicar de forma anónima documentos secretos o delicados. Ha inventado un sistema que preserva y oculta las fuentes. Se trata de una conexión cifrada que nos permite a cualquier usuario subir documentos sin que eso nos comprometa. Assange y su Wikileaks nos garantizan que a través de su página no dejamos rastro.

Resultado: la salida a la luz de documentos comprometedores. Los más graves: los que evidencian la guerra sucia de las tropas de Estados Unidos en Irak, asesinatos y torturas incluidos.

Assange está en el punto de mira de aquellos poderes que no están dispuestos a tolerar ni su trabajo ni la existencia de la página que inventó.

A mí me parece fascinante que la existencia de Wikileaks ponga tan de los nervios a quienes siempre han estado acostumbrados a funcionar con absoluta impunidad. Por eso me parece importante, y me voy a limitar a ello, resaltar algunas de las frases que pronuncia en la entrevista de este domingo en El País.

"Dado el estado de impotencia actual del periodismo, me parecería ofensivo que me llamara periodista"

"Periódicos y televisiones se han convertido en seleccionadores de contenidos tutelados"

"Creí que sabía cómo funciona el mundo. Nada me preparó para lo que me he encontrado"

"El entorno de lo smedio sinternacionales es tan malo y tan distorsionador que nos iría mejor si no hubiera ningún medio, ninguno"

Para abrir boca no está nada mal, ¿verdad?

Aquí tenéis el link de la entrevista completa. Yo ya la he leídc, pero me la pienso empapar una y otra vez. Hay muchas cosas que asimilar en lo que nos cuenta Asssange. Para que los mensajes que nos llegan queden bien asimilados, no está de más repetírnoslos de vez en cuando. Eso es también lo que Assange practica cuando se despide de Elola. Tres veces le repite el último de los consejos que le da: "No creas a nadie. No creas a nadie. No creas a nadie. Te estará mintiendo"


J.T.

Foto de Carmen Valiño en El País Domingo

sábado, 23 de octubre de 2010

Las teles y los periódicos tendrán que espabilar


El lenguaje en internet es más libre, dentro de un orden, que el que se utiliza en los medios de comunicación tradicionales, y a mi juicio ahí está el duro reto al que se enfrentan estos últimos.

Es verdad que en la red hay cabida para todo: desde los mayores “frikismos” y exabruptos hasta los más comedidos y timoratos. Pero en los periódicos, las radios y las teles de siempre, no.

Así que no tendrán más remedio que espabilar. No se la pueden estar cogiendo permanentemente con papel de fumar, midiendo y escogiendo la palabra políticamente correcta cuando en internet eso no ocurre.

¿Significa eso que todo lo que rodea al internet es bueno? Seguro que de manera absoluta no, pero se ha abierto la veda.

En internet hay mayor libertad, mayor capacidad de llamar a las cosas por su nombre, menos reparos para expresarse. Y ese es el clima en el que crecen y han crecido quienes en estos momentos tienen menos de veinticinco años.

Si la tele y la prensa no quieren perder a los niños y adolescentes de hoy, cuya educación se ha fermentado en plena efervescencia de internet, no tendrán más remedio que valorar el caldo en el que estos jóvenes, sus potenciales clientes a medio plazo, se han ido cociendo a fuego lento.


Quien se acostumbra a llamar a las cosas por su nombre y a leerlas así en los post de sus amigos y en las redes sociales en general, es muy difícil que se acomode al lenguaje de aquellos medios que todavía se andan con paños calientes.

La claridad, meter caña, llamar a las cosas por su nombre es una conquista de internet que los poderosos harán los posible por minimizar, dificultar e incluso prohibir. Así ocurre en los sistemas totalitarios. Pero tienen difícil ponerle puertas al campo.

Creo que los poderosos lo tienen difícil a medio plazo, ni siquiera a largo. Tanto ellos como los medios de comunicación a su servicio en la sociedades con libertades escasas. Y en aquellos otros países presuntamente más libres, también lo tienen crudo aquellos medios (la mayoría) que han sobrevivido y sobreviven porque le han bailado el agua al poder desde que el mundo es mundo.

J.T.

viernes, 22 de octubre de 2010

"Sexo, política y protesta", el lema de la revista "Penthouse"


Entre las muchas "muescas" que jalonan mi curriculum hay una de la que estoy especialmente orgulloso. Se lo debo a Antonio Asensio y al grupo Zeta, en el que trabajé durante media docena de memorables años. Compró Asensio los derechos para España de la revista Penthouse y yo tuve el honor de figurar entre sus colaboradores.

Corrían los últimos setenta del siglo pasado en nuestro país. Transición pura y dura. La revista Penthouse era en aquel entonces un símbolo de transgresión, y aunque lo que a mi me hubiera gustado de verdad hubiera sido formar parte de la plantilla de fotógrafos, tampoco estaba nada mal colaborar con informes y reportajes y firmar en aquellas páginas.


Yo sabía de sobra que quienes compraban aquella revista (pensada fundamentalmente para ejecutivos y hombres de poder adquisitivo medio-alto), las posibilidades de que leyeran mis "sesudos" trabajos entre tanto muslamen de concurso era muy pocas. Pedagógica cura de humildad que siempre agradecí porque creo que a un periodista le viene bien acostumbrarse cuanto antes a que en el mundo de la comunicación somos sólo un ingrediente más y no precisamente el más importante. En el caso de Penthouse, no creo que haya muchas dudas sobre eso.

Yo estaba orgulloso: publicaba en la versión española de una revista políticamente incorrecta, provocadora y transgresora conocida en todo el mundo, una publicación que compitió duramente con Playboy hasta encontrar un espacio que finalmente consiguió a juzgar por los millones de dólares que acumuló Bob Guccione, su dueño y fundador.

Hoy cuentan los periódicos que Guccione nos ha dejado. Su revista hacía tiempo que también naufragó. Pero yo aprovecho esta ocasión para ponerle un modesto altavoz a lo que fue el santo y seña de una revista que nunca dejó a nadie indiferente: "Sexo, política y protesta".

                 Bob Guccione

"Sexo, política y protesta" era el lema de Penthouse. No creo que existan tres razones mejores para movilizarse, aunque sea dedicándose al periodismo. Por eso, y por otras cosas fácilmente adivinables, estoy convencido que fue un privilegio tener la oportunidad de escribir para la revista de Guccione.

J.T.

jueves, 21 de octubre de 2010

Con Rosa Aguilar en el día de su nombramiento


- Mira, Juan, 250 mensajes pendientes
- En todo el día...
- ¡Qué va! Desde hace un rato

La ministra in pectore había apagado el teléfono durante el tiempo que estuvo con nosotros -sesión de maquillaje, conexión en directo con Madrid- y acababa de volver a activarlo.

Recordé una de las más crueles definiciones de soledad que conozco desde siempre: soledad es cuando pasan las horas esperando que suene el teléfono... y el teléfono nunca suena.

Rosa, como nadie a quien acaben de nombrar ministra ese mismo día, estaba anoche precisamente sola. Pero tengo para mí que es de esas personas que pocas veces ha debido estarlo. El rato que compartió con nosotros demostró por qué. La nueva ministra de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino sabe torear muy bien. Una artista con la muleta en la mano izquierda. Y el que la ha llamado para el cargo lo sabe.

A ver qué tal. Tras inmortalizar el instante, tal como queda documentado aquí, la acompañé hasta su coche cuando eran ya casi las once de la noche de una jornada frenética en la que su nombre y su imagen habían estado presentes en la apertura de todos los informativos. Hoy despedida en San Telmo por la mañana y por la tarde, promesa en Zarzuela y toma de posesión en Atocha.

- Ministra, antes de darte cuenta vas a estar celebrando la navidad.
- No lo sabes tú bien.

Mientras su teléfono móvil continuaba acumulando mensajes nos despedimos.

- Suerte, Rosa. La necesitas y la necesitamos, le dije. Todos.

J.T.

La foto la hizo nuestra compañera Inma Carretero

lunes, 18 de octubre de 2010

El miedo y el terror son rentables en los informativos de televisión


“El miedo da audiencia y el terror la dispara. Los informativos, las películas de Hollywood y los políticos se alimentan desde hace ya cincuenta años en los Estados Unidos de la “lógica mediática" del miedo.

El político que aterroriza al personal mejora en las encuestas y con esta estrategia suele conseguir mayor número de votos.

A finales de los setenta, ya constatabas que aunque disminuyeran los crímenes, iban aumentando los minutos que se les dedicaban en los informativos de televisión. También crecían los medios interesados en cubrirlos y el número de reporteros y cámaras destinados a este tipo de coberturas.

Existe una total desproporción entre el miedo que se refleja en los informativos y la realidad de las calles, igual que la hay entre los peligros reales del planeta y lo que “acojonan” los informativos con este asunto”.

Hasta aquí, algunas de las perlas que el analista mediático estadounidense David Altheide nos regala este lunes en la contraportada del diario “La Vanguardia”. Entrevistado por Lluís Amiguet, Altheide, de 65 años, autor del libro “Creating fears, news and the construction of a crisis”, admite que en su país se sabe muy poco de España y lo poco que se conoce está muy manipulado.

Está manipulado primero porque la información internacional en Estados Unidos interesa poco, -no genera publicidad ni ingresos, por lo que los medios no invierten en ella- y en segundo lugar, y dando por sentado que no hay rentabilidad económica, si se publica allí algo sobre nuestro país es porque quien lo hace espera obtener algún tipo de rentabilidad ideológica.

“España es sospechosa de socialdemocracia.- sostiene Altheide en la entrevista de Amiguet-. Si un país tiene, continúa el experto, un sistema de salud pública razonablemente eficiente, sólo se publicarán en los Estados Unidos aquellas informaciones que demuestren que va a caer en bancarrota”.

Y añade también: “Presentar la realidad como espectáculo en los informativos de televisión es un gran negocio”

“Conste que sólo describo, no condeno”, remata.

Pues eso: descrito queda

J.T.

domingo, 17 de octubre de 2010

Mineros, ¡cuidado con los periodistas, que somos unos buitres!



Mientras los treinta y tres mineros chilenos que fueron rescatados de la mina San José el pasado trece de octubre estaban aún atrapados a setecientos metros bajo tierra, recibieron muchas instrucciones, consejos y cursillos: les preparaban para enfrentarse con el mundo “de la superficie” cuando todavía no se sabía si serían cincuenta días o ciento veinte los que tardarían en sacarlos. Finalmente fueron setenta.

Pues bien, entre los cursillos que les impartieron hubo uno que me llamó especialmente la atención, y fue el dedicado a “cómo relacionarse con la prensa cuando fueran rescatados”.

A mí, os lo digo en serio, esto me ha preocupado mucho porque ¿de qué se trataba, de enseñarles a cuidarse de unos desaprensivos? ¿O puede que de dar por hecho que su “resurrección” iba a convertirse en un jugoso patrimonio? ¿O quizás se trataba de dotarlos de la habilidad “imprescindible” para eludir a unos “buitres” (nosotros, los periodistas) carentes de sentimientos?

En cualquiera de los supuestos, frente a la decisión política que alguien tomó de impartir ese cursillo, no salimos bien parados ni los periodistas ni los medios para los que trabajamos.

Personalmente entiendo mi oficio como un trabajo de servicio, mi presencia en el lugar de la noticia la considero un privilegio al servicio de aquellos a quienes transmito lo que percibo desde mi condición de testigo directo. Intento acercarme a los hechos y a sus protagonistas con el mayor respeto posible y, por supuesto, identificándome como periodista….

Sé que mi patrimonio, para que mi trabajo continúe interesando, es el rigor, la veracidad y el interés de lo que cuento. Y como lo sé yo, lo sabe la mayor parte de mi profesión. ¿Hay excepciones? Sí. ¿El ruido de esas excepciones solapa la manera de abordar el trabajo de la mayoría?

Pues parece que sí, a juzgar por las precauciones tomadas con los mineros antes de que, una vez salvados, se vieran las caras con los equipos periodísticos que durante más de dos meses habían contado día a día la odisea que ellos estaban protagonizando.

Yo creo que quienes adoctrinaron a los mineros se pasaron mil pueblos.

El tiempo se encargará de poner las cosas en su sitio. Lo mismo que los lectores y los espectadores saben a qué periodistas creer y a quiénes no, yo creo que todo el mundo acabará sabiendo a qué mineros merece la pena escuchar y a qué otros más vale limitarse a desearle la mejor de las suertes y decirles hasta luego lucas, que te vaya bonito.

Ellos mismos se encargarán de ganarse el respeto o el desinterés del mundo. Tiempo al tiempo.

Pero el cursillo que siguieron los mineros antes de salir para saber cómo tratar con nosotros o cómo reaccionar ante nuestras preguntas, el hecho de que alguien se planteara esa necesidad y que además se haya llevado a cabo, a mí me parece muy preocupante. ¡Cuidado que os esperan los buitres!, les vinieron a decir claramente.


En asuntos como éste no vale quejarse de lo injustos que son quienes piensan que todos los periodistas somos unos canallas. No vale criticar a quienes se plantean la necesidad de un cursillo de ese tipo y además deciden impartirlo.

No vale porque si lo deciden así es que esa es debe ser nuestra imagen –al menos de una buena parte de nosotros-, por mucho que nos toque las narices constatarlo, por mucho que nos resistamos a reconocerlo.

Por mucho que nos empeñemos en distinguir entre quienes nos dedicamos a la información y quienes prostituyen los hechos informativos hasta convertirlos en mero espectáculo donde el componente morboso prima por encima de cualquier otro…

Pero si la imagen que se tiene de nosotros en un momento tan clave como el de rescatar a treinta y tres personas de las entrañas de la tierra lleva a tomar la decisión de darles clases para que sepan cómo tratarnos, es que algo debemos estar haciendo mal –y digo “debemos”, no “deben”- quienes nos dedicamos a esto de la información.

Como contaba más arriba, creo que se pasaron mil pueblos, pero eso no quiero que me impida realizar hoy este, creo que sano, ejercicio de autocrítica.

J.T.

sábado, 16 de octubre de 2010

Los peligros de la "señal realizada"


En la permanente progresión de bajada de brazos, por no decir de pantalones que muchas empresas periodísticas practican frente al poder, una de las conquistas que han hecho los partidos políticos y las instituciones en detrimento del libre ejercicio de la información es conseguir que las televisiones acepten recibir señal realizada de sus actos.

Para quien no sepa en qué demonios consiste una señal realizada lo cuento: Antes, cuando ibas a un mitin electoral, a una cobertura en el congreso de los diputados o en un parlamento autonómico tú llegabas con tu cámara, instalabas tu trípode y conectabas el cable de audio a la toma de sonido.

Gracias a ese sistema contabas con imagen y sonido grabados por ti, con tu criterio, que podía ser grabar a piñón la intervención de quien estuviera en el estrado o sencillamente “pasar” de lo que ocurría en el escenario principal y dedicarte (porque tu criterio era ese) a buscar planos particulares de aquello que a ti te parecía llamativo, ilustrativo, elocuente…

Ahora no. Ahora los organizadores del acto o los dueños del chiringuito contratan una productora con una serie de cámaras que pueden llegar hasta la media docena, pagan ellos la cobertura y la realización y producen la señal realizada del evento en cuestión.

Desde el punto de vista periodístico, esto es una clara obstrucción al ejercicio libre de la información sobre algo que ocurre porque ya no es posible proponerle al espectador tu mirada, tu punto de vista sobre lo que está ocurriendo, sino que te ves obligado a aceptar la mirada del que paga.

El que paga le ofrece el caramelito a los administradores de los medios con un argumento irresistible: ya no tienes que pagarle dietas a tu gente, ni viajes, ni hoteles, ni utilizar cámaras: aquí tienes mi señal gratis, puedes usarla entera, una parte, retransmitirla en directo… lo que quieras. Y además por cero euros. Demasiada tentación para un gestor de medios en los tiempos que corren. Yo los entiendo, pero…

Consecuencia: la libertad de elegir el plano que quieres murió. Resquiescat in pace. Ya no hay planos de nadie metiéndose un dedo en la nariz, ni bostezando o discutiendo. Mucho menos de alguien durmiendo o metiéndose en una página porno del internet. Tampoco veremos nunca más tomas de las zonas que quedan vacías cuando un partido político convoca un acto.

¿Por qué las empresas periodísticas aceptan esto? Porque, como decía más arriba, es muchísimo más barato: ¿usted me pone la señal realizada en el satélite? Gracias. Yo me la bajo y punto. Ahorro p’al rancho.

¿El criterio periodístico? Pero bueno, si tienes la frase que te interesa, ¿para qué quieres más?, te dice el gerente cuando, invocando -tímidamente- la libertad de expresión, intentas explicarle que estas prácticas la vulnera.

Pues quiero más, querido gerente, porque es legítimo. Y además, porque si no ponemos freno, un día no nos mandarán ya más la señal realizada, sino un “compactadito” con las “mejores” frases (según el departamento de comunicación de ellos, claro, que para algo pagan la cobertura).

Y el paso siguiente… ¿a que resulta fácil de adivinar? Pues sí. ¡Ese!: Nos dirán exactamente lo que quieren que pongamos después de reprocharnos haber emitido cierto “corte” o “total” (frase) que no les haya gustado.

Eso sí, a la empresa informativa le saldrá rentabilísimo, sobre todo porque esa manera de funcionar suele tener como premio suculentas contraprestaciones en inserciones publicitarias. De momento.

J.T.

viernes, 15 de octubre de 2010

Carta de mi amigo Alfonso Tejada: Cómo resolver la crisis



Mi amigo Alfonso Tejada tiene la sana costumbre de adoctrinarme, bien con reflexiones propias, bien con caldos de cerebro ajenos, con una cierta frecuencia. Como Alfonso es, aparte de un excelente amigo, todo un maestro en aquello que dice o hace, su filípica de hoy sobre cómo resolver la crisis de una maldita vez creo que debo difundirla porque además estoy convencido que me la ha hecho llegar con esa intención. Así que aquí está. Toda completita. Corto y pego:

"Querido Juan,



Te cuento:


España debe bajar su déficit en 9,4 puntos porcentuales en la próxima década, una de las reducciones más drásticas del mundo, según el Fondo Monetario Internacional... que además pide un recorte en las prestaciones sanitarias de nuestro país para reducir la deuda. Menudo panorama.



¿No crees que ha llegado el momento de coger el toro por los cuernos?... y recortar primero de la siguiente guisa: 

A saber:


Disolución de los Ministerios de:



Igualdad (que lo incluyan en Justicia), 

Vivienda (que lo incluyan en Fomento),

Educación y Ciencia (que se haga cargo el de Cultura o viceversa),

Administraciones Públicas (que se haga cargo el de Presidencia)

Anulación de dos Vicepresidencias: Chaves y Salgado.

Disolución de las Diputaciones Provinciales (órganos totalmente inútilesl y tapaderas de "amiguetes")

Disolución de los "Consejos Provinciales", nido de inútiles mamones.

Anulación de la pensión vitalicia de todos los diputados, senadores y demás "padres de la patria"





Limitar los sueldos de los alcaldes según número de habitantes: que no se pongan los sueldos que les da la gana: (ej.: el actual de Calviá, Mallorca cobra más que el Presidente del Gobierno de España).

Cambiar las leyes, y además de cárcel para los ladrones, obligar a que todo el dinero que han robado los políticos y demás "adjuntos" vuelva a las arcas de las comunidades donde ha sido robado (ej. Pachulis, Pantojas, Gürtel, Camps, Matas, Munar, etc.. etc..)

TODOS los coches oficiales (cosa que se hizo hace 40 años en los Pactos de la Moncloa y funcionó, "no es posible que tengamos mas coches oficiales que USA"),

Anular TODAS las tarjetas VISA oficiales (que cada uno baile con su pañuelo) y poner en la calle a TODOS los "cargos de confianza" (tenemos funcionarios de sobra para encargarse de esas labores).

TODOS los diplomáticos excepto un embajador y un cónsul en cada pais. ("No es posible que 
malgastemos en esto más que Alemania y El Reino Unido")

Con eso, y con rebajar un 30% las partidas 4, 6 y 7 de los Presupuestos Generales del Estado (adiós "transferencias a sindicatos, partidos políticos, fundaciones opacas y chupópteros varios") se ahorrarían mas de 45.000 millones de euros, no haría falta tocar las pensiones y los 
sueldos de los funcionarios. 

Tampoco haría falta recortar 6.000 millones de Euros en inversión pública, para destinarlos en Andalucía a la enseñanza del Árabe.

Congelar las pensiones es injusto, es desconocer unos derechos adquiridos, condenar al hambre a muchos de aquellos que merecen nuestro respeto.

Reducir el sueldo de los funcionarios es injusto, es desconocer unos derechos adquiridos de 
trabajadores muchos de los cuales también merecen nuestro respeto.

Recortar las inversiones públicas en 6.000 millones de Euros es un disparate, en estos momentos, en los que necesitamos que alguien gaste para que la actividad económica no se detenga.

Tiene razón el FMI cuando dice que "un buen plan de ajuste podría incluso acelerar la actividad económica", pero desde luego no es el plan de Zapatero.

Con la mitad del dinero que se recaudaría con estas medidas se acababa la crisis de cuajo!!!!

Saludos, amigo"

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Por la transcripción

J.T.

jueves, 14 de octubre de 2010

Isabel Pantoja en los juzgados de Marbella


Doce años llevo visitando los juzgados de Marbella. Como cuando voy lo hago para informar de lo que ocurre allí (hoy me he librado) conozco perfectamente sus dependencias, sus pasillos y todas sus puertas de entrada y salida: son muchas horas de guardia esperando a que salieran o entraran delincuentes.

La primera vez que estuve horas en los juzgados de Marbella, -memorable guardia, vive dios- fue el día después de Reyes del año 99, el siete de enero. Detuvieron al entonces alcalde Jesús Gil y el juez lo mandó a la cárcel tras escuchar su declaración.

Desde entonces, imposible llevar la cuenta de la cantidad de chorizos que he visto desfilar por el justiciero edificio. Creo que después de la Audiencia Nacional, la fachada de los juzgados de Marbella es sin duda la más fotografiada de España.

Hace doce años comenzaron a desfilar por sus dependencias quienes ocho antes (en 1991) habían tomado posesión del Ayuntamiento de Marbella con el único objetivo de esquilmarlo y llevárselo calentito. Lo dejaron todo como un solar. Un solar en el que mi apreciada Ángeles Muñoz trata de poner orden desde 2007 con bastante dificultad.

Lo dejaron todo hecho unos zorros y eso ha derivado en esta procesión de vivales que aún a estas alturas –y lo que parece que queda- se ven obligados a realizar intermitentes y continuados desfiles por las dependencias judiciales del mismo pueblo al que nunca le tuvieron ningún respeto.

Los ciudadanos de Marbella viven su vergüenza como mejor pueden -al fin y al cabo los votaron ellos- y los periodistas vivimos la nuestra también a nuestra manera: cuando los presuntos delincuentes comenzaron a comparecer sumario tras sumario, caso tras caso, entonces hacíamos básicamente información política, con periodistas de Tribunales cubriendo las comparecencias, como sucede en todos los juzgados del mundo.

Para los especialistas en Sucesos, los juzgados de Marbella también han sido un campo bien abonado. Con sus acreditadas fuentes, periodistas de tribunales y sucesos cocinaban informaciones importantes, escandalosas por la proporción de la caradura de aquellos a quienes denunciaban.

Pero desde que en 2006 la cosa derivó en el Malaya de las narices, esto ya es un desmadre cuya desmesura aumenta a medida que transcurren los años y avanzan las investigaciones.

En las redacciones de los medios los juzgados de Marbella dejaron de ser patrimonio de las secciones de Nacional, Economía o Sociedad a medida que los colores amarillo y rosa se iban abriendo camino en la ciénaga.

Los nombres propios de famosos que se iban incorporando a los sumarios dotaban a Marbella y sus juzgados de un interés prioritario para la prensa llamada del corazón y los programas de entretenimiento de las televisiones.

De atractivos para trabajar el periodismo de fuentes, los juzgados de Marbella pasaron a ser cita obligada para profesionales del acoso y derribo del famoso, del paparazzismo más despiadado en busca de una frase o una imagen a cualquier precio…


Algún día tenía que pasar: este jueves, a Isabel Pantoja le han roto el vestido cuando acudía a la citación del juzgado número cinco. El juez ha abroncado a los periodistas. La cantante ha preferido no poner denuncia.

Nunca pensé que la siembra de aquellos polvos por parte de Jesús Gil y sus primeras camadas de turiferarios sinvergüenzas pudieran derivar en estos lodos en los que, queriéndolo o no, hemos acabado chapoteando todos.

J.T.

martes, 12 de octubre de 2010

La alergia del poder a la prensa


Si pudieran no tolerarnos, lo harían, decía yo en el post de ayer. Igual que hay a quien le entran ganas de invadir Polonia cuando lleva media hora escuchando a Wagner (W. Allen dixit) existen poderosos que apenas ven a un periodista trabajando en libertad le entran ganas de evitarlo, callarlo, comprarlo… o expulsarlo, como el caso de Ángeles Espinosa, corresponsal de El País en Irán.

           Ángeles Espinosa

Cuando hablo de poderosos que son alérgicos a los periodistas no me refiero solamente a los políticos. Hay equipos de fútbol que han tenido y tienen listas negras de informadores “non gratos” a los que se les hace la vida imposible cuando intentan realizar su trabajo.

Hay alcaldes, y no sólo en Marbella, que han recurrido a métodos mafiosos para intimidar a informadores incómodos, presidentes de empresas que han presionado a medios cuyos periodistas estaban metiendo las narices donde a ellos no les gustaba. El método en estos casos es fácil: amenazar con retirar la publicidad a la publicación.

Pero sí parece que a quienes más se los llevan los demonios cuando la prensa se pone en plan mosca cojonera es a los políticos. En su última etapa de presidente de gobierno, Aznar decidió ignorar a los medios del grupo Prisa y pasó de concederle entrevistas durante varios años.

Otra derivada del poder político, las cadenas autonómicas de radio y televisión, ya sean de derechas o de izquierdas, tienen una serie de personas que ¡oh casualidad!, jamás pisan sus estudios. Eso sí, que no les llamen listas negras, que se ofenden los chicos que las dirigen, tan decentes ellos.

Que en Irán, Venezuela, China o Cuba lo de informar en libertad sea una entelequia es directamente inaceptable. Pero muchos de los que me leéis sabéis que esto, sin tanta alharaca, pasa todos los días “chez nous” (en casa) que dirían los franceses. Eso sí, mucho más sibilino y menos aparatoso.

J.T.

lunes, 11 de octubre de 2010

Qué siete cosas evitar para poder ser un buen periodista (o un buen electricista, da igual)


1. Tener más ambición que talento

2. Tener más aspiraciones que ganas de trabajar

3. Tener más tendencia al agravio que a la búsqueda de soluciones

4. Tener más envidia que capacidad de valorar los méritos del otro

5. Tener más vanidad que sentido común

6. Tener más amor propio que mano izquierda

Y lo de siempre:

7. Evitar confundir “codearse con el poder” con “amistad con el poder”. El poderoso no se casa con nadie, y mucho menos con la prensa, a la que tolera porque no le quedan más cojones. ¡Si ellos pudieran! ¿O no? Porque cuando pueden, pueden.

J.T.

domingo, 10 de octubre de 2010

¿Político hablando de cifras? ¡Peligro!


Bordas un mensaje en un mitin, desmenuzas y denuncias cuatro injusticias flagrantes, propones cuatro ideas claras en las que se entienda todo, recurres a la demagogia sin cortarte un pelo cuando entiendes que la ocasión lo exige… y vas y ganas las elecciones.

Entonces llegas al poder, te apoltronas en el sillón, empiezas a rodearte de pelotas y… adiós a los mensajes claros.

¡Periodistas a mí!, piensas.

Perfeccionas la técnica de la perífrasis, del circunloquio, de la media sonrisa seductora que esquiva cualquier pregunta directa, le tomas gustillo al cargo y a partir de ahí… a planificar cómo continuar en el puesto por encima de la cabeza de quien sea.

En toda esta ceremonia de la hipocresía, el maquiavelismo y el donde te dije digo ahora digo diego, lo más desesperante es el recurso a las cifras.

Cuando un político echa mano de cifras para ponderar su gestión o contar sus planes, ¡huyamos!

Un político hablando de cifras y porcentajes lo que está contando en realidad es su impotencia para expresar los asuntos con claridad o su vergüenza (porque alguna le quedará, digo yo) para llamar a las cosas por su nombre.

Impotencia, vergüenza o… patética prepotencia: “hemos conseguido que disminuya el índice de mosquitos con alas transparentes en el 0,001 por ciento”. Y tiene la desfachatez de presumir de ello, el tío (o la tía).


Por no hablar de los distintos análisis que tiene una encuesta, una estadística o un resultado electoral según el ángulo que se quiera valorar.

Y ahí estamos los periodistas detrás, convirtiendo en titulares tamaños desatinos.

O somos unos ingenuos o más que prensa lo que queda de nosotros es una indisimulada propensión a actuar como palmeros mediáticos no importa de quién ni de qué color. Con menos disculpa aún que la poquísima que tienen aquellos cuyas frases reproducimos.

J.T.

sábado, 9 de octubre de 2010

John Lennon y mi hija quinceañera


Preparamos mi hija Gádor y yo la comida del mediodía. Ponemos la radio. Por inercia, en mi caso quizás por militancia, la tenemos sintonizada en Radio Tres: escuchamos un programa dedicado a John Lennon que este nueve de octubre, si estuviera vivo, habría cumplido setenta años como muy bien se han encargado google y youtube de recordarnos sin desmayo.

- ¿Quién fue John Lennon, papá?

Eran aproximadamente las dos y media de la tarde cuando Gádor me ha hecho esta pregunta.

- Tráete si quieres el ordenador, le he dicho

El único ordenador que tenemos en casa es un modesto netbook. Mientras preparábamos la comida y la mesa, mientras comíamos y durante el escaso tiempo de sobremesa del que disponíamos antes de la hora en que ella había quedado con sus amigas para pasar la tarde, mi hija ha conocido la historia de los Beatles, de John y Yoko, de Ringo, de George, de Paul… ha visto fotos de todos ellos y las portadas de sus discos, ha escuchado sus canciones y los ha visto actuar juntos y por separado a cada uno: a Lennon cantando Imagine, a Harrison interpretando My swet lord y a McCartney cantando al piano Let it be junto a sus compañeros en el estudio de grabación… Ni siquiera ha faltado la Plastic Ono Band cantando el Give peace a chance.


Además se ha leído la biografía de Lennon en la wikipedia. Ha puesto especial atención en el período de su infancia, sobre el que hemos comentado el dilema que tuvo John a los cinco años cuando se vio obligado a elegir entre su padre y su madre. Pero lo que más le ha impactado ha sido conocer la edad a la que lo asesinaron –cuarenta años- y lo absurda que fue su muerte a manos de un perturbado.

A las cuatro y media estábamos saliendo de casa. En apenas dos horas, mi hija se había puesto al día sobre la historia y la importancia de los Beatles. ¿De cuánto tiempo y de cuántos recursos hubiera tenido yo que disponer para conseguir esos mismos resultados si su hermana Patricia, que es doce años mayor que ella, me hubiera hecho la misma pregunta cuando tenía la edad que ahora tiene Gádor?

Pues eso, que el mundo cambia que es una barbaridad. ¿O soy yo, que quizás lo asimilo a una velocidad menor de la aconsejable?

J.T

viernes, 8 de octubre de 2010

Sus majestades los cámaras



El titular es un homenaje a quienes han sido y son mis compañeros de trabajo durante tantos años ya.

Hubo un tiempo en que tuve la suerte de recorrer el mundo con formidables reporteros gráficos como Maellas, Mata, León, Canete, Menéndez o Márquez (mis disculpas a los que no nombro). Pero aparte de estos monstruos de la imagen periodística, también me han tocado agraviados de la vida que cuando te emparejaban con ellos en una cobertura, te soltaban a las primeras de cambio:

- ¿Tú eres fijo o contratado?

¿Fijo? Toda su entrega ¿Contratado? Ya te podías dar por jodido. Y eso si ibas con realizador, porque si eras un redactor sin realizador tiraban de convenio y te espetaban:

- ¿Qué plano quieres? Tú me dirás dónde pongo el trípode.

Iban de divinos de la muerte, de auténticos dandies de la vida, que paladeaban con delectación el privilegio que les había concedido el destino haciéndolos cámaras de la única televisión de España en una época idílica que desde hace ya tanto tiempo es literalmente impensable.
A este tipo de cámaras también les encaja lo de “majestades”, pero por lo de creerse los reyes del mambo. Y no te digo nada sobre cómo tiraban de “estilo” a la hora de pedir a la carta en el restaurante de turno. La carta en una mano y el reloj en la otra para recordarle al productor del equipo que sólo les quedaba hora y media como mucho para finalizar la jornada. Los muy estresaos.

Estos especímenes existían y existen. Sí, sí, existen aún, os lo aseguro. Y si queréis, otro día os cuento. Pero a quienes yo quería dedicarle hoy lo de "sus majestades", antes de irme por las ramas como he hecho, era a aquellos con los que coincido a diario en la calle desde hace tanto tiempo: a los que veo soportar a redactores incompetentes y chillones, a los que veo grabar verdaderas frikadas sin queja alguna, a los que veo entregados a un trabajo que los tiene como puta por rastrojo y que realizan sin rechistar.

Sin rechistar (o rechistando con mucha prudencia) y cobrando de risa si los comparamos con esos reyes del mambo y de la vida que os contaba más arriba.

Estos últimos, con quienes coincido en las batallas de cada día, son los verdaderos héroes, los verdaderos reyes a los que, desde aquí, les quiero rendir hoy este modesto homenaje desde la mayor de mis admiraciones.


J.T.

jueves, 7 de octubre de 2010

El "periodista" Varguitas ya tiene su Nobel


Desde que contaba yo diecinueve años me tiene atrapado la literatura de Vargas Llosa. El colegio Leoncio Prado de Lima, donde transcurre su novela “La ciudad y los perros”, forma parte de mi memoria cultural e incluso, si me apuráis, sentimental.

Desde 1972 me fui bebiendo, en la residencia de estudiantes de Sant Cugat donde yo vivía mientras llevaba a cabo mis estudios en Bellaterra, los libros de este peruano uno detrás de otro: La casa verde, Los cachorros, Conversación en la catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor… Después nunca dejé de serle fiel: La guerra del fin del mundo, Elogio de la madrastra, La Fiesta del Chivo... y ahora espero "El sueño del celta" con verdaderas ganas.

No seré tan petulante como mi profesor Francisco Rico, quien presumía hasta de haberse leído todo Galdós el tío. No, en mi caso con Vargas Llosa no me lo he leído todo, pero sí puedo decir que me he perdido muy poquitas cosas suyas. Así que me siento obligado a reconocer que me ha interesado y continúa interesándome la literatura de este hombre.

Su persona ya no tanto

Como esto es una aproximación mínima no entraré en detalles, pero con Vargas Llosa me ha ocurrido como con tantos otros artistas e intelectuales cuya obra admiramos y que al conocerlos en persona se nos caen literalmente al suelo.

Y que conste que en esta valoración no tengo en cuenta ni sus simpatías políticas, ni tampoco sus incursiones en el mundo del periodismo que fue donde empezó cuando lo llamaban Varguitas. Esos análisis mejor los dejo para otro día.

Eso sí, me alegro mucho de que le hayan dado el Nobel. Por un lado porque así deja ya de hacerse el víctima y por otro porque ¡por fin! le dan este premio a alguien cuyos libros no tengo que salir corriendo a comprar para conocer su obra. Bueno, también me pasó con García Márquez en el 82. ¿Con Cela? Paso palabra.

J.T.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Trabajar en televisión es trabajar en equipo


El ínclito Umbral siempre lo reconoció: me dedico a escribir porque no sé trabajar en equipo, decía.

Trabajar en televisión es la mayor cura de humildad para un escritor, para un periodista. Formas parte de un equipo para contar, entre todos, una historia. Y eres sólo una pieza más, ni más ni menos importante que las demás.

Y esas “demás” piezas son: el operador de cámara, el responsable del sonido, el realizador, el productor, el regidor, el conductor, los responsables de vestuario y maquillaje, el montador, el equipo de posproducción… Nadie sobra en un programa en directo.

Y si se trata de rodar en la calle y luego montar un video, aunque los equipos vean cada vez más reducido el número de sus integrantes, el “yo me lo guiso yo me lo como” está peleado con la calidad del resultado final y con el sentido común por mucho que avancen los medios técnicos, que avanzan. Así que lo lógico en televisión es trabajar en equipo y eso implica convivencia.

La convivencia entre los miembros de un equipo de televisión que se dedica a los reportajes y a las coberturas en la calle pura y dura llega a ser mayor que la que cada uno de los miembros de ese equipo mantiene con sus respectivas familias.

El autista, el poco sociable, el que se cree más que el otro en un equipo de rodaje lo tiene crudo para saborear la oportunidad que vive y no contribuye a generar el buen ambiente que, en un trabajo tan “pringao”, acaba siendo lo único que compensa.


La esencia de este trabajo, no me cansaré de decirlo, es disfrutarlo mientras se hace. Y sólo divirtiéndose se pueden compensar los muchos inconvenientes que tiene.

Salimos de nuestra casa y no sabemos cuándo vamos a volver, imposible organizar horas libres durante un día de trabajo. ¿Quedar con alguien para comer a mediodía? Mejor nos olvidamos. ¿Conciliar? ¡Ja!

El trabajo de un equipo de televisión genera amistades o enemistades eternas entre sus miembros. Difíciles los términos medios. Luego, cuando llegas a la tele, las funciones que realizan el resto de compañeros te recuerdan que estás en un engranaje donde todos son necesarios.

El resultado de un trabajo en televisión equivaldrá a la competencia del menos preparado del grupo, suele decir un compañero con quien yo no estoy del todo de acuerdo en esto. Pero algo hay. Porque si en un plató todo funciona pero la iluminación o el sonido por ejemplo, son malos, el resultado final estará por debajo de lo deseable.

Demasiados condicionantes para quien no tenga paciencia. Así que “Umbrales” todos que pululáis por las teles: dedicaos a lo vuestro, majos: a escribir y a dejar en paz a esos técnicos a los que acostumbráis a mirar por encima del hombro o ni eso porque para muchos de vosotros, y sé de lo que hablo porque os he visto, los técnicos son literalmente transparentes.

Termino con una humilde recomendación a los que estáis empezando en esto. No lo olvidéis nunca: trabajar en televisión es trabajar en equipo.

Y eso implica, como en cualquier convivencia negociar, ceder, tolerar, reconocer las equivocaciones, pedir disculpas cuando es necesario, buscar los puntos en común y no darle importancia a las diferencias. En resumen: nada de soberbias y mucha humildad.

Cuando se asimila esto, el trabajo suele ser un placer y el resultado, un gusto.


J.T.

martes, 5 de octubre de 2010

Nadie quiere oír lo que no le gusta

El post de ayer me dejó con las ganas de desarrollar algo más uno de los puntos. Cuando me puse en la piel de la secretaria cuya historia contaba, me dio por imaginar qué pudo pensar cuando su jefe le dejó un folio en blanco sobre la mesa para que le pusiera por escrito aquellas cosas en las que, según ella, él debía trabajar para convertirse en mejor persona.

Después de pensarlo mucho, llegué a la conclusión de que si la chica es inteligente, y a juzgar por los años que lleva en el puesto debe serlo, habría hecho lo posible por declinar amablemente la propuesta.

Si no lo consiguió, ¿qué hacer con tamaño marrón? No me cabe duda: como mucho, redactarle cuatro ambigüedades escritas con el arte suficiente para que el jefe acabara leyendo lo que él quería leer.

Porque está comprobado: nadie quiere oír lo que no le gusta oír. Cuando eso ocurre los niños chicos patalean, los adolescentes se rebelan, los adultos lo evitan y lo jefes… los jefes te laminan. Es un comportamiento humano fácilmente predecible, como diría una persona a la que quiero mucho.

Un jefe complicado decide mejorar su actitud sólo cuando ve que las cosas no funcionan. Antes intentará cualquier otra cosa: gritar, amenazar, usar su poder sin contemplaciones…. y sólo accederá a mejorar su carácter cuando éste sea el único recurso que le quede por ensayar para que las cosas le funcionen como él necesita, nunca antes.

Y llegado ese momento, si le da por pedir ayuda como os contaba en la historia de ayer, serán muy pocos los que se atrevan a decirle lo que saben que lleva años sin querer oír. Sin necesitar oírlo.

Incluidos los jefes que son buena gente, -yo he tenido y tengo la suerte de tenerlos- han de contar con que nunca dispondrán de la misma cantidad ni calidad de información que la que circula entre sus subordinados.

Recuerdo una época de mi vida en la que fui más jefe de lo que nunca había querido. Si la media de edad de los casi cuarenta currantes que dependían de mí rondaba los treinta años, yo tenía por aquel entonces cinco o seis más como mucho.

- ¿Sabes una cosa, Tomás? –le dije un día a uno de mis redactores jefes. No sabes lo que me gustaría poder salir de copas con vosotros como si fuera uno más.

- Pero vamos a ver, Juan –me contestó ¿no te has parado a pensar que incluso a mí, que soy tu segundo, con una sola firma me puedes poner de patitas en la calle cuando te dé la gana?

Su respuesta fue toda una lección, una de las muchas lecciones imprescindibles que nunca enseñan en la facultad.
Por eso, -entre otras cosas- no creo que la secretaria de aquel jefe que quería mejorar su comportamiento con los subordinados se haya atrevido a ponerle por escrito lo que realmente piensa.



J.T.