jueves, 30 de julio de 2009

Una jornada en Motril



Uno a uno, el joven voluntario de Cruz Roja les va explicando en exquisito francés que se les proporcionará ropa limpia y calzado seco. Es el kit de bienvenida, cuidadosamente dispuesto en una bolsa que se les entrega antes de señalarles el camino de la ducha. El joven voluntario sólo les hace dos preguntas: qué número calzan y qué edad tienen.




Los guardias civiles que les han transportado hasta el puerto de Motril y los policías llevan mascarillas, la verdad es que el olor que desprenden es fuerte: olor a sudor, a suciedad y a esperanzas rotas. Todo esto mezclado pide a gritos un cambio de ropa rápido. Vienen de Camerún, dicen, y al menos diez de los treinta y siete visten camisetas del Barsa que han atravesado el estrecho con ellos: camisetas con los nombres de Henry, de Eto'o... de sus paisanos triunfadores.

Hacía un mes que no llegaba ninguna patera a Motril, hemos venido hasta aquí para hablar de esto con el patrón de Salvamento Marítimo y con el responsable de Cruz Roja, y éste último nos anuncia cuando nos ponemos en contacto con él que a la una y media de la tarde -son poco más de las doce del mediodía- va a llegar una lancha con treinta y siete subsaharianos rescatados a treinta millas de la costa.

Ha habido un mes de inactividad aquí en Motril, pero el goteo no cesa. En total han llegado a este puerto en lo que va de año un centenar de inmigrantes más de los que lo habían hecho el año pasado por estas fechas. No se resignan a su suerte por mucho que les adviertan de que las cosas llevan un tiempo bien jodidas por estos pagos.

Sus caras... las he visto tantas veces, pero no por eso dejan de impresionarme cada vez que presencio la liturgia que sigue a su llegada al puerto a bordo de la lancha de Salvamento Marítimo: no puedo evitar ponerme a imaginar qué historia habrá detrás de cada uno de estos jóvenes negros que bajan del barco camino del centro donde los retendrá la policía hasta que se tramite su regreso a casa.





Unos cojean, otros nos miran serenos, otros obedecen las instrucciones de la guardia civil sin rechistar. Podrían salir corriendo, no están esposados... pero no lo hacen. Obedecen, se someten. Se han jugado su vida y su futuro a cara o cruz y esta vez ha salido cruz.

En muchos de sus rostros observo expresiones que transmiten una determinación y una perseverancia innegociables: volverán a intentarlo apenas puedan. Nadie llora, todos guardan silencio en la fila que la policía ha organizado frente a la Cruz Roja del puerto de Motril para que el joven voluntario continúe preguntándoles uno a uno en exquisito francés qué número de pie calzan y cuantos años tienen.


J.T.

lunes, 27 de julio de 2009

La ley del menor o quién le pone el cascabel al gato

Noticias sobre violaciones múltiples a niñas de trece años perpetradas a su vez por menores de edad me han recibido a porta gayola a mi vuelta de vacaciones.

La primera fue en Baena (Córdoba); víctima: niña de trece años; lugar: la piscina municipal de la localidad; agresores: cinco niños menores de edad -uno de ellos su ex noviete- y un sexto de veintidós años.



La segunda, apenas dos días después de conocerse la historia de Baena, ocurrió en Isla Cristina (Huelva) la madrugada del sábado dieciocho de julio; víctima: niña de trece años; lugar: la playa del pueblo, a donde la llevaron desde las casetas de la feria; agresores: siete niños menores de edad, dos de ellos menores incluso de catorce años, por lo que no se les puede imputar delito alguno.




Meando fuera de tiesto como casi siempre, a los portavoces del partido popular les faltó tiempo para poner a parir la ley del menor. Resumieron y simplificaron los ataques argumentando que se trata de una ley que protege más a los verdugos menores de edad que a las víctimas menores de edad.

Este asunto es un debate jurídico, social y humano de enjundia, un espinosísimo tema al que los especialistas llevan años dándole vueltas sin encontrarle una solución que satisfaga a nadie cuando ocurren casos como los de Baena o Isla Cristina. Eso es verdad. Y la solución, como sea, creo que todos estamos de acuerdo en que hay que encontrarla cuanto antes.

Hay que encontrarla cuanto antes, sí, pero hay que encontrarla desde hace mucho tiempo.

Me tocó vivir muy de cerca hace nada menos que nueve años el caso de las niñas de San Fernando (Cádiz) ¿Os acordáis? Dos niñas de diecisiete y dieciséis años llamadas Raquel e Iria asesinaron a sangre fría una primaveral noche de sábado a su amiga Clara, también de su misma edad, en un descampado frente a uno de los acuartelamientos militares de la zona. Cuando las detuvieron explicaron que, entre otras razones, habían matado a su amiga para experimentar qué se siente viendo morir a un ser humano.




¿Dónde están ahora Raquel e Iria? Con los nombres cambiados y tras cumplir en centros de internamiento de menores un máximo de ocho años, que es lo que establece la ley del menor, han tenido la posibilidad de rehacer su vida y el crimen que cometieron ya es historia.

Me abstengo de meterme aquí en un charco haciendo cualquier tipo de comentario. Pero sólo quiero recordar una cosa: aquel mayo del año dos mil en el que Clara murió a manos de sus amigas en un descampado de San Fernando el partido popular llevaba ya cuatro años gobernando y aún le quedaban otros cuatro.

La ley del menor no la tocaron.


J.T.

domingo, 26 de julio de 2009

Yo estuve allí




Creo que para un periodista supone un gran privilegio poder ser testigo directo de acontecimientos como la visita a Gibraltar del primer ministro de un gobierno español que lo hace desde que la Roca pasó a ser británica en 1713.

Por eso me gustó figurar entre los informadores que el martes 21 de julio estábamos en el hotel Rock escuchando en rueda de prensa a Miguel Angel Moratinos, nuestro ministro de Asuntos Exteriores junto a Peter Caruana, ministro principal de Gibraltar y David Milliband, ministro de Exteriores del Reino Unido.

Las imágenes que hemos visto de esa reunión creo que son fieles a lo que allí pasó: tres políticos muy distantes en sus planteamientos, enfrentados en puntos de difícil encuentro, pero dispuestos a pesar de todo a hablar de lo que se pueda hablar pasando por alto lo que les separa y las milongas y complejos de quienes se empeñan en anclarse sólo en eso, en lo que separa.

Creo que Moratinos, Milliband y Caruana ofrecieron el martes 21 una clase práctica de cómo hacer las cosas en la vida por muy difíciles que se vean algunas soluciones. Que los tres se fotografíen juntos y con las manos entrelazadas, con el peñón de la discordia de fondo, sólo puede tener lecturas positivas. Es fundamental que los vecinos se lleven bien y se visiten, por qué no. Es fundamental para cualquier cosa, pero más aún para gestionar los contenciosos.

Me ha gustado que este paso haya sido posible. Me ha gustado que hablen, que hablen de diálogo y cooperación - recordemos que antes de Gibraltar ya habían hablado en Córdoba en 2006 y en Londres en 2008- y que aparquen los brindis al sol reclamados con denuedo por sectores, medios y partidos que me devuelven a la memoria olvidadas resonancias fascistas. ¡Qué pesados!

La foto de Gibraltar es una lección de la que aprender para comportarse en la vida. Sólo aparcando lo que nos separa y potenciando lo que nos une hay vida, futuro y... paz. Sobre todo paz, mucho más útil, agradable y necesaria que apalancarse en orgullos casposos y pasados de fecha.




Por eso me gustó ser testigo. Por eso me gustó estar el martes en Gibraltar. Lo ví, lo viví y siempre podré contarlo.


J.T.