jueves, 8 de octubre de 2009

Crónicas marroquíes: 2. La mezquita más grande del mundo



Tuvimos cinco minutos libres en Casablanca y mi compañero David Alvarado me llevó a conocer la mezquita Hassan II.

En aquella enorme explanada donde todo se torna diminuto vi salir a cientos de hombres y mujeres -cada sexo por su lado, faltaría más- después de la oración de la tarde.

Hacía años que no veía a tanta gente salir de una iglesia. Y lo que presencié en la mezquita me recordó sensaciones de cuando yo era un niño. Esos ríos de gente saliendo de rezar me trajeron a la memoria el ambiente de mi pueblo hace más de cuarenta años: tiempos oscuros de represiones y miedos, tiempos en blanco y negro a los que me retrotrajo esta explanada marroquí.


Sentí los mismos escalofríos que durante la niñez en mi pueblo, cuando nos amenazaban a las primeras de cambio con el fuego eterno, con la ira divina y con todas las desgracias anunciadas en el apocalipsis si se nos ocurría salirnos del carril.


Los velos de las mujeres aquí, las barbas de los más "implicados", las ropas largas... me devolvían a un mundo de hace décadas en mi adolescencia cuando todo era pecado, todo estaba prohibido, sobre todo aquellas cosas que más nos gustaba hacer, o comer.

Religión, tal y como yo lo viví y tal como ahora se empeñan en reproducir tantos roucos como aún andan sueltos por estos lares, es sinónimo de intransigencia. Sea la religión que sea. De intolerancia, de fanatismo.


Y aquí, en la explanada de esta mezquita Hassan II de Casablanca, me vino a la memoria no sé por qué una frase del capítulo cuarenta y cuatro de Los tres mosqueteros cuando Richelieu le dice a Milady: "En todo tiempo y en todos los países, sobre todo si esos países están divididos por la religión, habrá fanáticos que no pedirán otra cosa que convertirse en mártires".



J.T.