Nos toca este lunes ocuparnos en los informativos del anuncio de fusión entre Unicaja y Caja Castilla La Mancha y, como quien no quiere la cosa, se me va la memoria a casi cincuenta años atrás.
El paisaje de los bancos en mi niñez almeriense se reducía al Español de Crédito -hoy Banesto- y al Central -hoy absorbido por el Santander-. Después llegaron el Bilbao y el Vizcaya (que ahora forman parte del BBVA). Y en esos cuatro bancos estaban depositados los pocos ahorros que se movían en mi tierra por aquel entonces.
Cuando fui cumpliendo años supe que los señores que mandaban en esos cuatro grandes bancos y quienes formaban parte de sus consejos de administración vivían, prácticamente todos ellos en Neguri, el barrio de los ricos en Bilbao.
Es decir: los beneficios del poco dinero que se movía en Almería iban a parar a los bolsillos de adinerados prohombres que residían en Neguri.
En toda Andalucía sucedía prácticamente igual. Estaban, eso sí, los Montes de Piedad y Cajas de Ahorro, entidades mangoneadas en un buen porcentaje por la iglesia católica y que tardaron bastantes años en ser algo más que refugio de exiguas cartillas de ahorro y lugares de empeño de alhajas para familias en apuros.
Todo empezó a cambiar con rapidez en la década de los setenta: los catalanes de la Caixa y los madrileños de Cajamadrid se convirtieron en entidades financieras potentes y se expandieron por todo el país. Las cajas andaluzas, por su parte, empezaron a espabilar y a fusionarse entre ellas, pero sin la fuerza suficiente para contrarrestar el peso específico en esta región de vascos, catalanes y madrileños.
Cuando llegaron los bancos extranjeros todo se aceleró, pero en Andalucía pudieron más las rivalidades provinciales -que si la sede de una caja andaluza única ha de estar en Málaga, que si ni hablar, que en Sevilla- y el camino empezó a andarse con excesiva lentitud.
De las catorce cajas de ahorro que llegó a haber en Andalucía, todavía viven cinco tras sucesivas y largas fusiones parciales. Las que quedan son la Caja de Jaén, Caja Granada, la cordobesa Cajasur (aquí la iglesia sigue teniendo mando en plaza), la sevillana Cajasol y la malagueña Unicaja.
Juntas serían increíblemente fuertes pero ¡ay!, los localismos y las rivalidades regionales mal entendidas llevan años entorpeciendo y ralentizando un proceso abierto en un terreno muy competitivo en el que es bien sabido que al que se despista se lo acaba llevando la corriente.
Este lunes Unicaja, con su presidente Braulio Medel a la cabeza, ha decidido tirar por la calle de enmedio y crecer al margen de sus "hermanas" andaluzas. Ha anunciado su fusión con Caja Castilla La Mancha, presidida por Juan Pedro Hernández Moltó, y ambos lo han hecho con los parabienes políticos de los mandamases de las dos comunidades y también con la anuencia de la autoridad monetaria, es decir, del Banco de España.
Los entresijos de esta historia ya los iremos conociendo con el tiempo. Pero de momento, celebrando lo que pueda tener de positivo, no deja de chirriar que una caja andaluza tenga que salir fuera de la Comunidad para crecer porque para hacerlo desde dentro no acabamos de entendernos.
Está claro que se nos ha olvidado nuestra propia historia: aquellos años en que los beneficios de nuestro dinero iban a parar a otros lares porque fuera sí sabían organizarse. Las cosas han cambiado mucho y para bien, es verdad, pero ¿cómo era el dicho? ¿algo así como que quienes olvidan su historia corren el riesgo de volver a repetirla? Pues eso.
J.T.
1 comentario:
Ya. Cuando algo suyo de usté se fusiona, algo nuestro sesfuma, señor conde...
Si la zarpa partidista, o meapilas o sindical-nacionalista o asociato.empresarial, maneja los números, los nuestros, claro, (los suyos a buen recaudo en caimanes suizos gibraltareños, popurri me valga), pues eso, lagarto, lagarto. Asutá me tien y no me fio un pelo.
De ninguno. Lo siento.
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