lunes, 16 de marzo de 2009

La jornalera fiel


Ana es de Rumanía. Lleva seis años acudiendo a Lepe para recoger fresas. Seis años dejando atrás a un marido transportista y dos hijos universitarios que han llegado a serlo gracias al oro rojo onubense y la decidida fijación de una madre. La nueva fijación de Ana es conseguir dinero suficiente para que el chico pueda abrir una clínica dental en Bucarest.

A Ana lo que le gusta es restaurar muebles antiguos. Joyas de otros siglos e incalculable valor. Pero la destreza de sus manos para este oficio debe emplearla en los campos freseros. Devolver la belleza a nobles maderas, ajadas por el tiempo, no está bien pagado en la antigua tierra de pechenegos y cumanos. Y a pesar de ello, cuando tras la campaña vuelve a casa, se abandona a su pasión por unos cuantos leus.




Cerca de 5.000 agricultores se manifestaron ayer en Sevilla, como explica este video que presenta mi compañera Marta Reyero. La inmensa mayoría españoles. Acudieron en masa ante el llamamiento de los sindicatos CCOO y UGT. Sus dirigentes nos explicaron que, debido a la crisis, el campo se ha convertido en el sector refugio de los damnificados por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. Los españoles quieren ahora volver al campo que abandonaron por el atractivo económico que suponía pegar un ladrillo tras otro. El oro rojo se depreció para la mano de obra española encandilada por otro oro, uno gris y caduco.


Ahora a los españoles les sobran los inmigrantes como Ana. En la finca donde trabaja, José Antonio, joven gerente de la empresa familiar, habla de la injusticia que eso supone. Me contaba, entre cous cous y cous cous bajo una jaima asfixiante, que inmigrantes como Ana han salvado el cultivo de la fresa cuando los empresarios onubenses no encontraban mano de obra ni debajo de las piedras. Ningún español quería trabajar eslomándose entre las fresas. Y cuando lo hacían, les dejaban tirados nada más empezar el buen tiempo para despachar tras la barra de algún chiringuito de temporada. Por no hablar del alto índice de absentismo.

Primero probaron con los gitanos portugueses, vecinos de frontera. Imposible hacerlos trabajar y las escaramuzas entre ellos eran continuas. Después vinieron los marroquíes. Hombres que abandonaban los campos en cuanto reunían lo suficiente para seguir su periplo hacia otra Europa. Caso solucionado ahora con los contratos en orígen.

Y llegaron las polacas, las búlgaras y las rumanas como Ana. Un bálsamo tras tanto desgaste. Y comenzaron a recolectar las fresas que nadie quería recoger. Ahora los españoles quieren sus puestos. Que Ana se vuelva a casa después de seis años de un trabajo que se ha convertido en el sustento de su familia.

Y que le den por culo a sus hijos, a la clínica dental de Bucarest y a la madre que la parió. Porque ahora los españoles, que dicen vivir de la caridad, quieren alimentar a los suyos con el trabajo que hasta ahora despreciaban.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues, sEmos así, querido compañero, por más jornadas de interculturalidad que en los centros hagamos, por más temas de ciudadanía y ética que en las aulas trabajemos: ¡NOS SOBRAN EMIGRANTES, TIENEN LA CULPA DE LA BAJADA DE SALARIOS Y A ELLOS HAY QUE APLICARLES MEDIDAS DISTINTAS QUE A LOS DE AQUÍ, TOLERABLES MIENTRAS NO MOLESTEN! (respuestas leídas este fin de semana, alumnado de 4º de ESO, más bien "aquello"). Mandan "güevos", ovarios o cataplines, eso es lo que hay...