viernes, 13 de noviembre de 2009

El éxito de Rosa María Artal el 9 de noviembre del 89



Los periodistas a los que nos gusta el oficio nos metemos en él por lo general porque tenemos vocación de testigo.

Suelo repetir a quienes me soportan a diario que supone un verdadero privilegio poder estar en los sitios donde pasan las cosas, y así ver y escuchar en persona lo que luego hemos de contar a los demás.

Somos testigos privilegiados de las cosas que pasan, sí. Y por eso es tan importante estar en los sitios y no elaborar las informaciones desde la redacción. Por eso es tan importante contarlo con la mayor objetividad posible, con la mayor honradez. Sin juicios de valor, sin adjetivos, pero con precisión. Las palabras, como las imágenes, son siempre manipulables. Y de ahí la importancia de nuestro trabajo. Importante para desempeñarlo con la mayor responsabilidad posible, no para presumir, aunque de fantasmas está lleno el oficio.

De fantasmas, de envidias, de zancadillas, de agraviados malencarados… Este lado oscuro de nuestro estupendo oficio lo sufrió mi más que querida amiga Rosa María Artal hace 20 años en Berlín.

He dejado que transcurrieran unos días desde el 9 de noviembre para contar la parte de la historia que yo conozco de primera mano.



Como periodista, Rosa tuvo aquellos días de noviembre del 89 un verdadero golpe de fortuna: estaba en el lugar adecuado en el momento adecuado. Ella y tres compañeros más de Informe Semanal, Laureno, Makoki y Angel Pedro habían obtenido el día 8 un visado para trabajar en Berlín Este. Cuando se despertaron aquel nueve de noviembre en un hotel de la todavía Alemania oriental no podían imaginar que estaban a punto de ser testigos –y protagonistas en cierto modo- de una jornada de la que probablemente se hable en los libros de historia durante muchos siglos.

Como ocurre en la vida normal, donde por muy cinematográfica que sea una vivencia no suele haber música ni efectos especiales, lo que pasó aquella noche en el puente de Bornholmer podríamos decir que fue prosaico, incluso soso en el momento clave: Rosa y sus compañeros, acompañados por el embajador de España en Alemania del Este, estaban en la frontera haciendo “totales” (tomando declaraciones) a los primeros alemanes orientales que iban llegando al paso fronterizo cerrado a cal y canto desde hacía más de 28 años. Y en medio de un total…. una puerta se abre. Sin aspavientos, sin alharacas ni música previa. Se abre la puerta y la gente comienza a pasar como si lo hubieran estado haciendo toda su vida. Eso sí, entre el miedo, la desconfianza, un cierta conciencia de riesgo y bastante incredulidad. De pronto parece que se puede atravesar la doble valla sin problema y nadie dispara, nadie lo prohíbe, pero… ¿será posible?. Los primeros gritos de alegría tardan en producirse porque nadie acaba de creérselo. Y cuando empieza a resultar evidente que lo que está sucediendo no es normal, Rosa y Laureano enhebran sobre la marcha una atropellada pero emocionante salidilla (testimonio gráfico de la presencia del reportero en el lugar de los hechos). Cuando la salidilla está hecha, el chek point charlie y otros puestos fronterizos aún permanecen cerrados. Poco rato, pero los berlineses orientales que estaban con mis amigos fueron los primeros en pasar al otro lado de la ciudad.



Rosa y sus compañeros sabrán con el paso del tiempo que han sido testigos privilegiados de un momento único.

Las envidias, los conflictos de competencias, la propensión a hacer siempre complicado lo fácil que parece existir en este oficio –más aún en televisión española- hizo que al privilegiado equipo de Informe Semanal que encabezaba mi querida Rosa nunca le fuera posible capitalizar este éxito informativo como hubiera correspondido. Algo tuvo que ver en todo aquello el entonces corresponsal de televisión española en Berlín, de cuyo nombre no quiero acordarme. Además Rosa, siempre tan elegante, cuenta en su blog que ha llegado la hora de olvidar.

El caso es que han tenido que pasar veinte años para que a Rosa y a sus compañeros se les haga justicia. No es que a ella le importe mucho, porque la conozco y lo sé. Pero resulta poco comprensible la falta de nervio, de “trempera” que tuvieron los que entonces mandaban en la tele para capitalizar e incluso rentabilizar un asunto como éste. Se trataba de un éxito periodístico pero… qué pena . No murió nadie. No me cabe la menor duda de que si aquello hubiera acabado mal, si a algún guardia se le hubiera escapado un solo tiro y alguno de nuestros compañeros hubiera tenido un percance entonces sí, entonces todo hubiera tenido un mérito enorme.

J.T.

6 comentarios:

sandra dijo...

Gracias, gracias, gracias... J.T.¿M?

Unknown dijo...

Pues vaya nuestro aplauso para la compañera. Gran trabajo el de aquel día.

(Cómo me gusta este blog...).

ElCordónDeMiCorpiño dijo...

Hala, hala, halagüeño pa quién yo me sé, viniendo de ti. Nobleza obliga y tú que en ello te honras.

Sí, señor! Me ha gustao el qué, el cómo y el porqué.

Chapeau, darling...

Juan Tortosa dijo...

De nada, querida "Sandra". Sí: es una "eme"

Juan Tortosa dijo...

Herblay, eres muy amable. Aquí también seguimos el tuyo con mucho cariño y admiración

Juan Tortosa dijo...

Cordoncito, cordoncito, que te guste es un halago. Gracias