Nos movíamos entre los piquetes y los policías, por el pasillo que los antidisturbios mantenían abierto para que salieran de las cocheras los autobuses pactados como servicios mínimos. Quinta hora de huelga en la madrugada sevillana.
Vivíamos los periodistas esa extraña –y falsa- sensación de privilegio que permite, a veces, el hecho de llevar una cámara al hombro o un micrófono en la mano. Nos movíamos a nuestra bola. Estábamos allí, trabajando... ¿Éramos servicios mínimos?
Al otro lado del cordón policial, perfectamente delimitada por los maderos la línea a no rebasar, veo a muchos amigos míos sindicalistas, encabezados por los también amigos Pastrana y Carbonero.
Me acerco a saludarlos ¿debería yo estar al otro lado? A veces les meto caña, sobre todo cuando veo lo poco que pelean para que mejore la situación de los periodistas en la empresa privada. Pero hoy estoy con ellos. En cambio me encuentro a este otro lado. En tierra de nadie, por donde comienzan a salir, entre abucheos, los autobuses de servicios mínimos.
Tomamos imágenes, metemos micro, Ana me graba una medianilla… hacemos nuestro trabajo. Pero es un día de lucha y no quiero olvidarme de eso. Estoy trabajando, sí, porque creo que así soy más útil. Igual me engaño, no sé.
Lo que está claro es que una jornada como la de hoy apela directamente a tu corazón. Y mi corazón está al lado de los que protestan, como no puede ser de otra manera. Aunque discrepe de ellos, que discrepo mucho.
Uno de los policías, con cara de jefe y de mala leche, se acerca a mí. Estoy detrás de uno de los suyos que me da la espalda y mira de frente a los amigos del otro lado del cordón, con los que estoy conversando. No se esfuerza en disimular que le molesta mi confraternización con los que protestan.
- Oiga, si quiere hablar con ellos, se pasa usted al otro lado
Lo que él no sabe es que yo estoy siempre “al otro lado”. Porque soy sólo un currante. Como él, pobre, aunque el uniforme y la sensación de poder le haga perder la perspectiva.
J.T.
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