Los redactores jefes que permanecen de guardia los días festivos en los medios, sobre todo en los medios públicos y en las agencias, saben bastante de la tortura que supone esta modalidad periodística
- Riiiing, oye soy el jefe de prensa de… Mira, que queremos hacer unas declaraciones. Se trata de…
No es que tú los llames porque ha saltado un asunto de actualidad y a tu juicio estaría bien contar con su opinión. No: llaman ellos, o sus jefes de prensa
a) porque saben que los días de fiesta cuesta rellenar planillos y escaletas
b) porque los de otro partido han soltado una andanada y quieren replicar
c) porque, y éste es el peor supuesto pero se da bastante, se creen con el derecho
El periodismo declarativo, para empezar, ni siquiera es periodismo. Es declaración, una declaración que no hemos pedido ni buscado.
La cosa va así: alguien decide soltar cualquier burrada que, en la sequía informativa del día de fiesta, con un poco de suerte puede acabar siendo titular y garantiza cierta preeminencia en los diarios del día siguiente. Luego los matinales radiofónicos, que se alimentan en buena parte de lo que traen los diarios, le dan bola... y así rodando rodando se acaban colando en las cada vez más numerosas tertulias de mañana, tarde y noche, todas ellas ansiosas de carnaza…
El periodismo declarativo es perverso en sí mismo
Algunos políticos se atreven a a rizar aún más el rizo, y ya no hace falta ni que sea festivo: se graban ellos mismos por sus propios medios las dos o tres o frases que quieren difundir y lo envían a las agencias, los periódicos y las televisiones: en betacam, dvcpro, dvd, pendrive o todavía más barato, por correo electrónico. Acto seguido tiene lugar la llamada del jefe de prensa:
- Oye, te he mandado unas declaraciones de fulano. Ya verás, están de puta madre, son una bomba
Y tanto que son una bomba, compañeros: una bomba para el futuro de nuestra profesión como no espabilemos
J.T.
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