domingo, 14 de noviembre de 2010

Marruecos: al periodista español, ni agua


No sé de qué se extrañan los compañeros que llevan una semana intentando informar de lo que ocurre en El Aaiún sin conseguirlo.

Los políticos y la policía marroquí nunca han tratado bien a la prensa española.

Si en tu pasaporte o en la tarjeta que has de rellenar para entrar en Marruecos has cometido la ingenuidad de poner periodista cuando te preguntan la profesión, date por jodido.

Te retendrán horas en la frontera con cualquier excusa, ya entres por tierra, por mar o por aire, meterán tu nombre en todos los ordenadores posibles y ya te tendrán fichado para la posteridad, marearán la perdiz hasta hacerte perder la paciencia y sólo un billete de cincuenta euros discretamente colocado entre las páginas del pasaporte pueden empezar a hacerte la vida algo más fácil.

Más tarde, cuando ya circulas por el país, si te paran en la carretera y te ven una cámara profesional de televisión en el coche pueden ocurrir dos cosas: que se conformen con otros cincuenta euros o que te quiten el objetivo de la cámara que con suerte recuperarás cuando salgas del país. ¿Las protestas? Al maestro armero.

Pides amparo al llamado ministerio de la comunicación y te encuentras con unos señores muy amables que hablan correcto español, pero que no te solucionan nada. Teóricamente están para ayudarte a resolver problemas, a que no te encuentres con obstáculos, pero ahí están estos días todos los informadores españoles, que no hay manera de que ninguno consiga llegar al Sahara bien desde Rabat bien desde Casablanca y nadie les explica por qué mientras van encontrándose con trabas y excusas cada vez más ridículas. Lo de siempre en Marruecos: Al periodista español, ni agua. Sólo que ahora se les nota mucho más.

Siempre igual: unos pesados, unos impresentables.

Hace poco más de un año acompañé al presidente andaluz José Antonio Griñán en su viaje oficial a Marruecos. Nada más llegar al país nos endiñaron la primera en la frente en el mismo aeropuerto.

Todos los periodistas que acompañábamos a Griñán tuvimos que irnos desde Casablanca hasta Rabat ya de madrugada y tras interminables horas de espera dejando en tierra a los compañeros de Canal Sur Televisión. ¿La razón? Que llevaban una cámara de televisión, instrumento sospechoso donde los haya para todo policía marroquí. A pesar de ser la televisión pública que acompañaba al presidente de una autonomía del país vecino en visita oficial, las vejaciones fueron continuadas e impresentables:

Siempre faltaba un papel para dejar pasar la cámara: si enseñaban el rosa faltaba el amarillo. Y si se presentaba el amarillo hacía falta uno blanco. Cuando acababan con el arco iris empezaban con los faxes: fax de la embajada solicitando..., fax de la corresponsalía en Rabat de la cadena acreditando..., fax de la sede central en Sevilla confirmando... Y todo eso un domingo por la noche.

Una humillación en toda regla que el séquito de Griñán no supo ni pudo solventar. Y cuando acabó resolviéndose, vaya usted a saber por cuántos euros, prefirieron pasar página y ni siquiera formular protesta. Nada raro por otra parte, a tenor de la actitud que hemos visto estos días entre la gran mayoría de los políticos españoles ante la intolerable agresión de Marruecos a los saharauis en El Aaiún.

Protestan con la boca chica y, por supuesto, no condenan.

No condenan ni lo que ocurre allí ni las dificultades con las que los periodistas españoles se encuentran para poder llegar hasta el lugar de los hechos y hacer su trabajo que consiste, simple y llanamente, en estar en el sitio donde suceden las cosas y contarlas.

Marruecos, siempre Marruecos, ¡qué pereza!

J.T.

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