Entre quienes un día fueron mis compañeros de estudios, un buen porcentaje de ellos se dedica a la enseñanza. Imparten clases en institutos y universidades de distintas ciudades en este país. Son profesores de materias de ciencias, de letras, especialistas en comunicación, en literatura o en matemáticas.
Llevo más de treinta años escuchándolos -desde que mi vida derivó hacia el periodismo y las suyas maduraron en el mundo académico- y he compartido la evolución que han experimentado desde el entusiasmo de sus primeros años de docencia hasta el pasotismo en el que muchos de ellos sobreviven ahora.
Unos tardaron más y otros menos en desilusionarse. ¿Por qué? Las razones quizás son complicadas de resumir, pero cuando converso con gente recién salida de la universidad cada vez entiendo mejor a mis amigos de siempre.
Cuando leo o escucho que esta generación de jóvenes españoles es la mejor preparada en mucho tiempo no acabo de entenderlo. Puede que sean, no lo discuto, los mejor preparados en el manejo de la p2p, la play station o los más habilidosos para piratear en un plis plas una filmoteca entera. Pero cuando deciden abrir la boca lo más probable es que te espantes.
Al menos a mí me sucede: milagroso es que un adolescente emplee un adjetivo con cierta precisión, o que exprese una idea con la suficiente claridad. Y no te digo ya si de lo que se trata es de mantener una mínima conversación sobre geografía, historia o literatura. Momentos he vivido en los que, llegado el caso, no recordaban -o quizás no supieron nunca- ni cuál es la capital de Portugal.
Les importa un comino la actualidad, no compran un periódico ni locos, revientan durante horas el tuenti o el facebook pero, por muchas horas que malgasten frente al ordenador, no se les ocurre ni por casualidad mirar una página web que les ponga al día de por dónde va el mundo. Y cuando se equivocan y se paran en un quiosco, como mucho compran el " Marca" o el "Mundo Deportivo".
Estos jovenzuelos, carne de botellona y maestros del victimismo, son los que tienen desalentados y desanimados a aquellos amigos míos que se dedican a la enseñanza.
La coartada es la falta de expectativas, la dificultad para abrirse paso en la vida, la crisis... Puede ser, pero lo que yo creo es que nos encontramos en un infernal círculo vicioso donde las causas y los efectos se confunden y el resultado está siendo una generación desmotivada que refleja en las aulas su caótico y desinflado estado de ánimo.
En esas aulas donde mis amigos de siempre consumen los cursos comprobando cómo la "cosecha" de cada año acaba haciendo buena la anterior, que ya era para tirarse de los pelos.
J.T.
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