Enric Sopena lo llamaba “Rambo” y en el diario Pueblo, cuando era jefe de reporteros, sus subordinados eran los “Mosqueperros” y él “D’Artacan”. Es el compañero más capacitado que he tenido para generar odios a su alrededor, envidias e incluso ganas de darle dos ostias.
Por eso lo admiro: porque ha sido capaz de pasar de todo eso e ir a su puta bola hasta conseguir ser quien es: Académico de la Lengua, autor de novelas récord de ventas en tropecientos países e idiomas, articulista, conferenciante brillante…
Consiguió hacer además lo que tantos hemos soñado alguna vez: irse del trabajo de siempre cuando ya te lo puedes permitir y dejarle dichas cuatro buenas frescas a los jefes que se lo merecían.
Por lo general, quien consigue hacer esto es porque le toca la lotería. Arturo lo ha conseguido con su trabajo. Y hay muchos que eso no lo han sabido digerir. Es decir, que le tienen una envidia del carajo,
Te saludo, compañero. Vas a romper la pana con la colección de tus libros en El País.
J.T.
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