Me gusta “vivir” los aires del domingo de Ramos en Sevilla. Como eterno forastero en esta ciudad a la que llegué de paso para un breve paréntesis que se fue prorrogando, creo que soy un afortunado por vivir aquí esta semana grande que empieza hoy. Trece años ya. Trece años en los que, cuando llegan estos días y salgo a la calle, soy feliz. Feliz porque veo a la gente feliz; feliz porque estos días en Sevilla son, sin ninguna duda, toda una fiesta para los sentidos.
Desde hoy me siento espectador privilegiado por lo que veo, por lo que oigo, por lo que saboreo, por lo que toco, por lo que huelo... El carácter religioso de la jornada la verdad es que me la repampinfla. Pero lo que pasa en las calles de Sevilla cada año en estas fechas a mí no me deja indiferente.
Huele a azahar y a ganas, muchas, de vivir; las tardes son más largas desde que cambiaron la hora y la gente, mucha gente, para muchos demasiada gente, se lanza a la calle con ganas de sentir y de estrenar. Me gusta el trasiego de gentes de toda edad y condición con esa reconocible expresión en la cara de quien ha llegado hasta el teatro y espera ya que pronto comience la función.
Me gustan los grupos de chicas jóvenes y la alegría que transmiten. Esa alegría con la que adornan su ropa recién comprada, sus zapatos que cuando llegue media tarde llevarán en las manos porque ya no aguantan más en los pies tras osar estrenarlos en esta jornada de tanto vaivén.
Pasear por Sevilla los domingos de ramos es un ritual al que me confieso adicto desde que llegué aquí. Creo que para todo el mundo existe una fecha, una jornada, o un momento que se repite cada cierto tiempo y que le sirve para hacer cálculos mentales sobre cuántas jornadas como esa podrá disfrutar en lo que le queda de vida. Por muchas que calculemos siempre serán pocas. ¿Sesenta, setenta, para los más jóvenes? ¿Veinte, treinta para los ya talluditos? Hay que bebérselas hasta la última gota.
Para unos estas fechas clave suelen ser los cumpleaños, para otros la feria del pueblo, o la nochevieja. Para mí el Día con mayúscula es el domingo de ramos, el día en el que explotan las flores y revientan las adolescentes enfundadas en su ropa nueva; el día que simboliza el regreso de las jornadas luminosas y se le da carpetazo a las frías y oscuras tardes de invierno; el día en el que vuelve uno a sentir cómo calienta el sol en la cara y cómo los besos de los niños son más frescos que nunca anunciando playa, verano y alegría.
Todo huele tan bien en esta semana de fiesta que ahora empieza… Estamos vivos, hemos superado un invierno más y ahora toca celebrarlo, disfrutarlo, exprimirlo hasta que los zapatos nuevos de la ilusión nos desuellen los pies de la vida y, con ellos en la mano, como las jovencitas sevillanas que estrenan calzado este domingo de ramos, caminemos descalzos pero exultantes por el empedrado de una realidad a la que me apetece, hoy más que nunca, verle la mejor cara posible.
J.T.
La foto es del compañero José Manuel Vidal
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