Los asesores de imagen suelen tener estudios de periodismo, publicidad, relaciones públicas y algunos hasta un bonito master perpetrado en algún país de habla inglesa.
Hay muchas clases de asesores de imagen: Los que están dispuestos a decirle a su asesorado todo lo que le conviene aunque no quiera oírlo y los que no están dispuestos a poner en peligro su amado salario contrariando con una mínima inconveniencia a quien le paga, que suele ser el asesorado mismamente.
Es en esta segunda categoría donde empiezan los problemas: para el asesorado y para quienes vivimos de las facilidades o dificultades que nos ponga el asesor para relacionarnos con su asesorado.
Problemas para el asesorado –que suele ser alguien con poder, con dinero o con las dos cosas- porque tarde o temprano acaba creyéndose el rey del mambo, se distancia de la realidad y se acostumbra tanto a estar rodeado de pelotas que se vuelve patética y penosamente irascible apenas le llevan la contraria en cualquier nimiedad.
Los otros problemas que crean los asesores sumisos nos los crean a los comunicadores: el buen asesor te vende la moto con elegancia; el mal asesor te presiona. El buen asesor nunca se mete en tu trabajo. El mal asesor acaba cayendo en la tentación de hasta mandarte eseemeeses sugiriéndote veladamente por dónde le gustaría que titularas una noticia que concierne a su patrocinado
El buen asesor traga saliva y frena las tentaciones del asesorado para hacer o decir inconveniencias
El mal asesor, con tal de no llevar la contraria, se acaba metiendo en farragosos charcos donde queda lastimosamente en evidencia
El buen asesor sabe ser cómplice de los comunicadores aunque actúe, como es su obligación, de parapeto para su cliente
El mal asesor es directamente un antipático valladar que jamás te facilitará la tarea
El buen asesor traga saliva antes de levantar un teléfono para montar un pollo ante el responsable de un medio que ha publicado algo que no le ha gustado o no le convenía
El mal asesor monta el pollo sin pensárselo dos veces: presiona, amenaza, vocifera
El buen asesor se toma dos copas contigo y hasta las paga
El mal asesor se toma dos copas contigo, las pagas tú y desde entonces se cree amigo tuyo de toda la vida y dueño de tu página para intentar venderte motos de lo más impresentable.
El mal asesor cada vez abunda más
Porque el buen asesor, más pronto que tarde, acaba hastiado de intentar lo imposible: que su señorito acepte de buen grado los comentarios que no le gusta oir .
J.T.
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