martes, 27 de abril de 2010

Seis consejos que me dio César Lucas




1. Nunca tomes decisiones en contra de tus intereses. Que sean los demás los que las tomen por ti

2. Todo trabajo que realices te tiene que permitir disfrutar

3. Cuida tu imagen. Distínguete. Que quien piense en ti lo asocie con tu trabajo y vea algo peculiar, distinto, único en lo que haces. Una vez conseguido esto, aplícate en pasar lo más desapercibido posible

4. No hay nada más gratificante que ganarse la vida con lo que te gusta hacer. No siempre es fácil. Algún impuesto revolucionario hay que pagar por ello. El más complicado: aprender a comerse el orgullo. Pero compensa

5. Conserva los amigos. Y si alguna vez te ves obligado a ser su jefe, no te los juegues

6. Trabajamos por dinero. Pero el trabajo es mejor si, cuando lo realizas, tienes la impresión de que si fueras rico pagarías por hacer lo que estás haciendo
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Son seis de los muchos consejos que César Lucas me dio hace ya más de treinta años. Consejos que, aunque no he olvidado, todavía lucho por cumplir unas veces con más fortuna que otras. Me alegraré si alguno de ellos os resulta útil.

Tuve la suerte de empezar a trabajar en Madrid con César en 1977, cuando llegó al Grupo Zeta tras haber sido jefe de fotografía y miembro fundador del diario "El País".


No dejó César Lucas palo sin tocar en el mundo de la imagen fotográfica: desde las estrellas internacionales de cine que venían a rodar a España (la foto de Brigitte Bardot en blanco y negro está tomada en un camino almeriense allá por los años sesenta) hasta emblemáticas instantáneas del trascendental momento político que vivimos en España durante la transición de la dictadura a la democracia.

Y por supuesto, suya es la foto que para siempre estará asociada a su nombre: el desnudo de Pepa Flores, Marisol, publicado en Interviú portada incluida con fecha 2-8 de septiembre de 1976, cuando todavía no hacía ni un año que Franco había muerto.




Mi amigo César expone hasta el próximo 27 de junio en el Centro Andaluz de Fotografía, en Almería. Ciento veinte fotos y un lema: "El oficio de mirar".


J.T.

domingo, 25 de abril de 2010

Internet según Umberto Eco


¿Tiene usted alguna esperanza de que Internet sea una contribución democrática a la crisis democrática actual? -le pregunta Vicente Verdú a Umberto Eco en "El País Semanal" de este domingo.

Y esto es lo que le contesta el eminente y ya casi octogenario profesor y novelista italiano:


"Siempre digo que la televisión es buena para los pobres y mala para los ricos. Es decir, la televisión ha enseñado a todos los italianos a hablar italiano, los que no tenían escuelas aprendieron por televisión dónde estaba India… En cambio, los que tenían escuelas, al ver la televisión se vuelven más estúpidos, así que la televisión es buena para los pobres y mala para los ricos. Pero no ricos en sentido económico, nosotros somos los ricos.


Y lo mismo ocurre con Internet: en ciertos países, como China, es un instrumento fundamental para poder pasar informaciones y noticias que de otro modo no llegarían. En otros países donde estas noticias pueden llegar, puede ser una forma de encerrar a los jóvenes en una soledad totalmente virtual, fuera de la realidad. Pero Internet no es una sola cosa, es muchas cosas. Es como un libro: ¿un libro es bueno o malo? Si pone Mein Kampf es malo, si pone La Biblia es bueno. Y lo mismo Internet: es un instrumento que en muchos casos ha cambiado nuestra vida, nuestra capacidad de documentación, de comunicación, etcétera. Y en otros casos se presta a difundir noticias falsas.


Uno nunca sabe si lo que le llega a través de Internet es verdadero o falso.


Esto no ocurre con los periódicos o con los libros, porque más o menos uno sabe que El País es algo distinto a Abc, que Le Figaro es algo distinto a Libération. Y según el periódico que compra, sabe cuál es la posición del periódico, y se fía o no se fía. Y lo mismo los libros: si uno ve que un libro es de Mondadori o de Columbia University, se piensa que alguien quizá ha elegido este libro y ha impedido que se publicaran otras cosas, pero si ve un editor extraño, no puede saberse nada de antemano.


Con Internet no se sabe nunca quién habla".

¿Y no pasará eso en Internet también -pregunta a continuación Verdú- , que habrá marcas, o editoriales, lugares de confianza?


"No -contesta Eco-, porque cualquiera puede conectarse: yo, usted o un señor X que está loco, mientras que este señor X no puede montar una editorial o un periódico, necesita gentes que le apoyen. Hay filtros sociales: antes de que alguien haga un periódico están los que le dan dinero, los periodistas… Hay filtros: a través del que le da el dinero, de los periodistas, sabemos que es fascista, o comunista… En cambio, con Internet, el señor Fulano no se sabe quién es.


Usted y yo, que somos personas de cierta cultura, podemos darnos cuenta muchas veces de si el que hace el sitio de Internet está loco o no, pero si es un sitio sobre física nuclear, usted no se da cuenta, y yo tampoco.

Así que imagine a los jóvenes que utilizan Internet en la escuela y pueden encontrar un sitio racista, un sitio negacionista… Y no saben hasta qué punto creerlo o no".

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Aquí tenéis la entrevista completa, que a mi entender no tiene desperdicio.


J.T.


miércoles, 21 de abril de 2010

El funeral de Rota y el derecho a la privacidad


Toda la madera de roble claro de los cuatro ataúdes quedó a la vista cuando treinta y seis marinos, nueve por féretro, retiraron las banderas que los habían recubierto durante la ceremonia. Con escrupulosa meticulosidad primero las doblaron y luego tomaron las gorras de los uniformes de gala de los fallecidos.

Después se las entregaron, bandera y gorra, a los familiares de cada uno de los marinos muertos cinco días antes en Haití cuando el helicóptero en que transportaban ayuda humanitaria para los afectados por el terremoto del 12 de enero se estrelló en una montaña cercana a la frontera con la República Dominicana.

Era casi mediodía del martes veinte de abril, habían acabado los actos de homenaje en el hangar número cinco de la Base Naval de Rota -con la presencia de los reyes, el presidente del gobierno y varios cientos de compañeros y jefes de los fallecidos- y llegaba el momento de despedir a los féretros. Terminaba el acto oficial y comenzaba la parte íntima para la que los familiares de los marinos muertos habían reclamado el derecho a la privacidad.

Para llegar hasta los coches fúnebres los cuatro féretros, a hombros de sus compañeros, debían abandonar el hangar por el amplio pasillo central a cuyos lados nos encontrábamos quienes habíamos estado presentes en el solemne funeral.

Fue el momento en que pudimos ver a las familias.

El protocolo los había situado fuera del alcance de los objetivos de las cámaras durante la ceremonia, pero ahora caminaban cada una de ellas detrás del ataúd del padre, del hermano, del marido, del hijo desaparecido...

Cuando comenzaban a llegar a nuestra altura, las cámaras de televisión giraron ciento ochenta grados y los objetivos de los fotógrafos quedaron en el suelo tal y como se nos había pedido.

Ni una sola foto, ni un solo plano.

Hubo ciertas reticencias al paréntesis por parte de algunos compañeros que yo creo desaparecieron por completo cuando vimos una imagen y vivimos un momento que tal como quedó grabado en mi memoria quiero contaros ahora aquí:
Detrás del primero de los féretros, camino del coche fúnebre que conduciría los restos de su padre hasta la ceremonia privada de despedida y más tarde al cementerio, dos niñas pequeñas, una de seis años quizás, la otra de nueve-diez, desfilaban cabizbajas mientras su madre ahora viuda hacía todo lo posible por consolarlas.

Después de tantas batallas en el oficio yo creía, como la mayoría de mis compañeros cuyas cámaras permanecían apagadas mientras presenciábamos la escena, que ya estaba curado de espanto. Pero la imagen de las dos niñas con su madre tras el ataúd mientras la banda de infantería de marina interpretaba la marcha fúnebre "Mater mea" me tocó. Me permitió comprobar que no debo estar del todo inmunizado.

Hacía mucho tiempo que no veía a mi alrededor tanta gente emocionada, muchos con lágrimas en los ojos (políticos, militares, periodistas...)

Fue el instante más sobrecogedor de toda la ceremonia.

El escalofrío que recorrió mi cuerpo cuando, al contraluz, vi desaparecer del hangar el ataúd de madera de roble claro y tras él a las dos pequeñas camino del resto de su vida, ese escalofrío... me vuelve a sacudir ahora mientras os lo cuento. ¡Uf!



J.T.

jueves, 15 de abril de 2010

El mes "horribilis" de José María del Nido


- Me piden trece años de cárcel. A mi edad toda una vida. ¿Cómo quiere usted que esté tranquilo?

Más chulo que un ocho, así respondía José María del Nido al juez que le reconvino el pasado martes por el tono que empleaba para defenderse en el juicio donde está acusado de habérselo llevado crudo del ayuntamiento de Marbella (6,7 millones de euros en minutas como asesor entre los años 1999 y 2003) durante cuatro años.

La verdad es que este mes parecen haberle crecido todos los enanos posibles a este hombre que, a quienes lo conocemos en vivo y en directo, no nos extraña nada la actitud desafiante que esgrime los últimos días en los juzgados de Málaga.

Tiene del Nido este Abril muchos frentes abiertos. Está presente en tres secciones distintas de los periódicos: En "Deportes" por sus múltiples cuitas como presidente del Sevilla club de fútbol, en "Nacional" (Política) por el juicio en el que comparece por haber sido en su día asesor de lujo del desaparecido Jesús Gil y más tarde del ínclito Julián Muñoz, cuando ambos eran alcaldes de Marbella... y en "Sucesos" por el quebradero de cabeza que le ha buscado un amigo de su hijo al matar el pasado día cuatro en Sevilla a dos chicas jóvenes en un paso de cebra por exceso de velocidad, con el semáforo en rojo y con la tasa de alcohol por encima del doble de lo permitido. El hijo de del Nido era el copiloto del coche que causó las dos muertes.

Definitivamente, no parece ser este el mes de José María del Nido. Por eso a quienes lo hemos tratado alguna vez no nos extraña nada su tono del otro día en el banquilo de los acusados.





J.T.