Echo mano de mis recuerdos y veo a los que fueron mis compañeros en Canal Sur cuando el proyecto comenzaba hace ahora veintiún años. Los estoy viendo ilusionados, con ganas de comerse el mundo, creyéndose a pie juntillas un proyecto audiovisual que iba a suponer un paso memorable en la historia de Andalucía...
Los veo echando horas, con inmensas ganas de trabajar, de aprender, de informar, de contar buenas historias bien grabadas, mejor escritas y todavía mejor montadas.
Los veo salir por las noches tras el informativo satisfechos y orgullosos de formar parte de un equipo que estaba haciendo algo nuevo y muy interesante...
Con sus veinticinco-veintiséis años de edad media los veo bailando, tomando copas, riendo en interminables noches de camaradería y complicidad.
Ahora tienen todos veinte años largos más: ya no salen, ya no ríen, bailan poco y quizás beben pero yo, que procuro seguir saliendo, ya no tropiezo con sus efluvios ni con sus alborozos ni tampoco con sus sanas y memorables cogorzas que esgrimíamos por las esquinas encantados de habernos conocido.
Ahora están tristes, se les ve serios, desanimados, desmotivados, enhebrando un pormenorizado memorial de agravios a los que los escuchamos con el mismo cariño que cuando nos reíamos juntos.
¿Qué les ha pasado?
¿Qué han hecho con ellos?
¿Quién o quiénes los han transformado de implicadísimos profesionales en desmotivados zombies que apelan al horario y al cumplimiento del convenio para marcharse a casa apenas acaba su turno?
¿Cómo es posible tamaño despilfarro de capital humano?
Y lo más llamativo: todo esto les sucede disfrutando de salarios bastante por encima de lo que el mercado está pagando a los profesionales que trabajan en las empresas privadas de la competencia.
Al menos les queda ese alivio. ¿O no?
J.T.